La 3FCN: una nueva herramienta en delirium

El delirium tiene mucha Historia y es cada vez más prevalente. Vamos a cartografiar su singularidad y presentar un instrumento de precisión para entender y atender mejor toda su dimensión. Se trata de un acrónimo desconocido: el 3FCN.  

El delirium ocurre con más frecuencia en los centros hospitalarios y en personas con vulnerabilidad. Resulta una “sorpresa” desagradable y aparentemente ajena al motivo de la hospitalización; uno ingresa por una infección, un problema cardíaco o una intervención quirúrgica y el delirium puede aparecer ahí de forma añadida.

El delirium o síndrome confusional agudo es una alteración del estado mental que aparece en poco tiempo (unas horas o pocos días) y cuya gravedad fluctúa a lo largo del día (suele ser mayor por la noche). La persona tiene dificultades para dirigir o mantener la atención. Le cuesta seguir el hilo de una conversación, se obstina con aspectos concretos y la comunicación no es efectiva. Hay momentos en los que tiende a la somnolencia y otros en los que cualquier estímulo se entremezcla desordenadamente con otros. También es habitual que por la noche la persona no duerma y que en su campo de conciencia acampen objetos o personas que no están o que no identifique bien a las que lo están.

Cuando el delirium ocurre, alerta por una parte de una causa externa, habitualmente el motivo de la hospitalización, y destapa una vulnerabilidad previa de la persona. Son los conocidos como factores precipitantes (intervenciones quirúrgicas, infecciones, medicaciones…) y los factores predisponentes (deterioro cognitivo previo, problemas de visión y/ audición, consumo de alcohol, deterioro funcional, estado nutricional…)

La presencia de factores predisponentes por sí sola no es suficiente para que el delirium tenga lugar; debe estar presente al menos un factor desencadenante. Es decir, que la vulnerabilidad previa y los factores precipitantes son necesarios, pero no suficientes. Tienen que darse ambos. 

Podemos entonces dejar de proclamar asertos del tipo “las personas mayores cuanto ingresan en el hospital se desorientan” “es normal que las infecciones de orina o una anestesia confundan

La información que se recibe por parte del personal sanitario es que “en casa estará mejor”. Efectivamente la severidad mejora en el entorno de cada cual, de igual modo que optimizar las condiciones de la hospitalización también lo hace. Y aquí nos referimos a modelos de funcionamiento hospitalarios perjudiciales para la salud como los recogidos en esta entrada y también a aspectos estructurales: un tamaño adecuado de la habitación del hospital que permita movilidad, intimidad y acompañamiento, cuartos de baño con adaptaciones (o cuanto menos sin limitaciones), pasillos con posibilidades de apoyo y descanso o zonas de esparcimiento en las plantas de hospitalización en las que se disponga de posibilidad de hidratación gratuita.

El delirium es un marcador cognitivo y se relaciona con malos resultados de salud durante la hospitalización y más adelante: mayor dependencia, mortalidad, reingreso en el hospital, el aumento de cuidadores profesionales o el paso a una residencia. A nivel cognitivo pueden aparecer nuevas dificultades o empeorar la memoria, la capacidad de organizarse o la manera de razonar. Luego no es del todo cierta la afirmación “en casa estará mejor”.

El delirium mejora con intervenciones coordinadas en equipo entre diferentes profesionales. Simplificando mucho, se dirigen a tratar la causa externa (factores precipitantes) y a atenuar la vulnerabilidad destapada (factores predisponentes). De hecho, el delirium puede prevenirse, incidiendo sobre todo en esa vulnerabilidad previa y modificando aspectos relacionados con la estructura y estilo de cuidado hospitalario. Aquí lo contábamos.

Como escribíamos inicialmente, el delirium tiene Historia. Y se remonta a Hipócrates que denominaba frenitis a un estado de alteración de conciencia y de desorganización del pensamiento que atribuía a una inflamación mental y un exceso de bilis. La medicina islámica medieval (Avicena) ya enfatizaba la importancia de optimizar el entorno clínico y brindar apoyo emocional como estrategias útiles para su tratamiento. En el siglo XX surgen las dos líneas que confluyen en la actualidad; Karl Bonhoeffer puso el foco en los factores precipitantes y recoge algunos específicos, como infecciones, intoxicaciones o desequilibrios electrolíticos y Lipowski describió el estado mental centrándose en tres dominios: consciencia, atención y cognición.

Existen varias teorías sobre la base fisiopatológica del delirium, todas ellas complementarias: la hipótesis neuroinflamatoria, la hipótesis del estrés oxidativo, la hipótesis neuroendocrina, la del ritmo circadiano y la desregulación de la melatonina. Pierden consistencia cuando se consideran de manera excluyente y se interviene únicamente sobre alguna de ellas. Tenemos que entender el delirium como un fallo de integración de sistemas en el que el estado previo contribuye a explicar su aparición y su modo de presentarse. ¿Cómo podemos medir ese estado previo? ¿qué aspectos hay que tener en cuenta?  

Aquí entra la 3FCN: Fragilidad, Fármacos, Función, Cognición y Nutrición

¿En qué consiste?

F Fragilidad se refiere a una vulnerabilidad no aparente. Se trata de adivinar la capacidad intrínseca de la persona para responder a un estresor. Para eso se utilizan medidas tipo la velocidad de la marcha o la fuerza de prensión. Pero no únicamente. Tiene un sentido

F Fármacos, tanto los medicamentos previos como aquellos que se añaden, pueden tener un perfil que afecte negativamente al estado cognitivo de la persona, ya sea al indicarlos o al retirarlos. Partiendo del lema menos es más y de la necesaria adecuación de la prescripción, una correcta evaluación de los fármacos es una de las medidas de mayor impacto en la prevención y tratamiento del delirium.

F Función entendida como autonomía; su pérdida previa establecida es un factor de riesgo para resultados de salud. También para delirium. Invitamos a leer esta entrada anterior sobre la dependencia y qué hacer “con ella”. Hay escalas muy utilizadas para medir autonomía en las actividades de la vida diaria; básicas (alimentación, aseo, control de esfínteres, deambulación) e instrumentales (uso de teléfono, medicamentos, trasporte público, actividades domésticas o manejo de dinero).

C Cognición deteriorada antes del delirium es un factor muy consiste e intuitivamente relacionado con el mismo. El reto consiste en detectarlo cuando no está presente de modo manifiesto. Y cuando lo está, hacer hincapié en optimizar las medidas de prevención. Las líneas de investigación se alejan del paradigma de la memoria y van más hacia lo relacionado con la atención y la capacidad de llevar a cabo tareas. 

N Nutrición. La importancia del estado nutricional es un área de investigación activa. Su evaluación avanza desde las medidas antropométricas clásicas como el peso o el índice de masa muscular, la medición del grosor muscular o combinaciones de parámetros analíticos hacia métodos radiológicos (esta es una reciente investigación en la que participamos)

Se incluyen en la 3FCN los aspectos básicos a tener en cuenta en el delirium, también antes de que tenga lugar.

HABLANDO DE PERSONAS MAYORES

Participación del Dr. Delgado en el aula virtual de la escuela de salud de la Comunidad de Madrid con la presentación «Problemas emocionales y su efecto en la capacidad funcional de la persona mayor«

Participar en eventos relacionados con personas mayores que convocan diferentes miradas en un momento concreto encaja con mi ánimo de compartir y reflexionar en comunidad sobre el tema.

Hablar de personas mayores es utilizar un plural anónimo. Cada persona que envejece no lo hace siguiendo un mismo patrón, aunque está atravesado por la consideración que como grupo tiene en su comunidad y en su familia. Y esto cambia.

Hablar de personas mayores no es hacerlo sobre una identidad. Se trata de una etapa de la vida, la última. No es un estado patológico, aunque se relacione con determinados resultados de salud.

La jubilación es la transición más relevante en las personas mayores. Los roles y los vínculos se resignifican, la conciencia de finitud está más presente y la disponibilidad de tiempo cambia. ¿Qué voy a hacer ahora?, ¿qué va a hacer mi padre?, ¿y mi madre?, ¿qué van a hacer ambos?…

La enfermedad y el cambio. La angustia de muerte, el temor a la pérdida de autonomía y a la posible necesidad de ayuda de un tercero, conforman el sentido de la enfermedad.

“Esto es por la edad” está extendido entre las personas mayores y aquellos que los rodean, también entre el personal sanitario. Uno de los edadismos con más impacto sobre la salud.

El cambio en autonomía de la persona mayor; en la capacidad funcional, es la guía para detectar y dimensionar un problema de salud.

Contarse desde lo perdido para considerar juntos lo recuperable.

Para acceder a la intervención completa, a través de este enlace

Un camino con sentido

Cuando la enfermedad y la muerte aparecen en el horizonte de la persona mayor

No pretendamos que las cosas cambien si siempre hacemos lo mismo” A. Einstein

Para poner palabras a lo que nos sucede necesitamos al otro y en el desconcierto de una enfermedad tiene un papel importante el médico. En una entrada anterior, centrada en la relación médico-paciente escribíamos lo siguiente:

«La acción terapéutica actúa en el plano del cuerpo, pero también en la pregnancia social, cultural, individual o situacional. Y a viceversa. No todo parte ni se constituye a partir de la relación médico-paciente«.

Dábamos importancia a la perspectiva temporal “Las personas cambian, la relación terapéutica evoluciona y el sentido de una enfermedad también lo hace. Somos (los médicos) parte de ese proceso

Participar en ese proceso es el oficio del médico. Se aprende de un modo relacional con el paciente atravesando momentos que evolucionan de nucleares a prescindibles. Así se transita.

En la relación terapéutica, el reconocimiento mutuo -entre el paciente y el médico– es necesario para establecer un vínculo que permita tejer objetivos flexibles y realistas. Acoger el desconcierto tras el diagnóstico de una enfermedad grave o limitante y la sombra de la muerte es el primer paso. La duda (a veces corporalizada) planea y debemos ayudar a nombrarla, acompañarla y apoyarla. También la duda propia. Devolver el papel de experto inicialmente adjudicado al médico, en una inversión de las expectativas iniciales y constituir una relación como eje. Ubicar de forma conjunta la interpretación del sufrimiento del paciente en su realidad: su cultura, su familia y su entramado relacional; en su momento y lugar. Establecer una alianza, confidencial y de confianza, una conexión que proporcione alivio e inicie el camino. Una relación que servirá de guía.

La primera impresión y el primer encuentro con el médico tras el diagnóstico son claves. Ajustar las expectativas de la persona mayor y las del médico configuran el ancla necesaria para las siguientes impresiones y los siguientes encuentros. Ahí empieza el camino que se transitará, endeble, con las grietas de afrontamientos anteriores en las que se asienta la duda presente. Un cambio en la realidad de la persona mayor cuyo sentido toca construir.

Reflexionar juntos, ampliar y dimensionar los márgenes de la duda, discrepar y reencuadrar. El objetivo es proporcionar a la persona un sentido de dominio, de agencia, de control. El camino que permita tomar las riendas en la situación que le ha tocado vivir. Nadie podría asumir en nombre de la persona la toma de decisiones, tampoco el médico.

«La relación con el terapeuta es un juego de sombras donde se reflejan las vicisitudes de un drama que tuvo lugar en el pasado»

» La tarea de la psicoterapia consiste, en última instancia, en ayudar a los pacientes a que reconstruyan aquello que no pueden alterar»

Irvin D. Yalom en Psicoterapia Existencial

La toma de conciencia del carácter finito de nuestra existencia es más intuitiva en personas mayores y, aun así, explicitarlo resulta todavía desconcertante, aunque puede ser consolador. Preguntar “¿piensa en la muerte?” y hablar de ello permite conocer los deseos de la persona mayor respecto al envejecimiento, la enfermedad y la muerte. Dónde quiere vivir y morir, y cómo. Las creencias, los vínculos no perdidos, el sentido de pertenencia o el sentimiento de transcendencia. Las gratitudes y las lealtades.

Si no perdemos de vista la pregnancia social y cultural, también somos agentes para espacios de reflexión, espacios de relación, espacios de atención, espacios de cuidado que conciernan a las personas mayores. Participar en el camino para su materialización es parte también del oficio. El mejor oficio del mundo.


NaviEdad

La Navidad es un período cargado de simbología con un gran componente emocional no siempre compartido por todas las personas de una misma familia. Las reuniones familiares intergeneracionales que se organizan suponen cambios en la rutina de todos los participantes, tanto en organizadores como en invitados.

La persona mayor porta un legado familiar de tradiciones vividas a lo largo de su biografía como hija o hijo, nieta o nieto, padre, madre, abuelo o abuela. También representa un estilo familiar de afrontamiento de acontecimientos vitales, que va desde amparar la inocencia de los niños a acompañar en los duelos o en las separaciones. ¿Qué hay que hacer esta Navidad? ¿Cómo nos organizamos?

En una entrada anterior de hace dos años, todavía en pandemia y reflexionando acerca de Navidad y aislamiento, recomendaba lo siguiente a la hora de abordar las restricciones impuestas por la situación sanitaria que vivíamos “considerar y escuchar cada persona mayor. Pivotar la toma de decisión sobre sus propuestas. Evitar actitudes paternalistas implícitas, por ejemplo, cuando nos referimos a ellos como “nuestros” mayores o de infantilización “nuestros abuelos”. Seguimos considerando en muchas ocasiones desgraciadamente a la persona mayor como potencialmente incapaz. Para Navidad, preguntemos a la persona mayor, compartamos la información sobre las medidas de seguridad a tomar y decidamos considerando también su punto de vista”.

Sobre ese papel testimonial de la persona mayor, las tradiciones varían por los más diversos acontecimientos de la vida: nuevos miembros en la familia, pérdidas, cuestiones laborales o geográficas… pero los cambios no pierden de vista los rituales familiares de los que la persona mayor es testigo y portavoz.

La experiencia de la pandemia supuso cambios de gran impacto con reacciones diversas a una misma imposición: las limitaciones en las reuniones familiares. Estas Navidades ofrecen la oportunidad de reformularlas dotándolas de un sentido en el que las emociones y la espiritualidad estarán constitucionalmente presentes. ¿Y cómo lo hacemos?

En consulta de psicogeriatría se dan dos situaciones en esta línea:

En la primera de ellas, la persona mayor pone en valor su papel como organizadora o colaboradora de los diferentes eventos, acomodando los modos diferentes de entender las relaciones sentimentales y familiares en perspectiva intergeneracional. En espacios terapéuticos tiene un valor de aprendizaje y permite poner el foco en dinámicas familiares y estilos relacionales.

En la otra situación, los familiares cuidadores anticipan la posibilidad de cambios de comportamiento relevantes en personas mayores con deterioro cognitivo o demencia en una celebración de este tipo. Las recomendaciones habituales se recogen en una interesante publicación reciente: mantener rituales significativos, redirigir la atención de la persona con demencia en situaciones de estrés, regular interacciones sobre la experiencia del cuidador principal, trasladar información al entorno familiar respecto a la situación de la persona con demencia e implicarles en el cuidado.

En casos particulares, las herramientas disponibles son el conocimiento de la persona con demencia y una trayectoria de análisis compartido con el cuidador de cambios de comportamiento en otras situaciones. Los aspectos relevantes de este tipo de relación y análisis los presentamos en una entrada anterior y son el recurso disponible en estos planteamientos. Pueden complementar la toma de decisión del cuidador, familiares y de la persona con demencia respecto a la Navidad, pero en ningún caso sustituirla ni ampararla con el cuño de “prescripción médica”. 

Además de lo recogido en la publicación de geriatricarea.com respecto a las recomendaciones, destacaría el momento de relación con el cuidador y resto de comensales de la persona con demencia, también el valor emocional y espiritual de la Navidad para ella y las posibilidades de flexibilizar planes y celebraciones en caso de surjan situaciones que no se puedan modular.

Edad y Navidad, la NaviEdad, es un juego de palabras pero no es un problema de salud. Feliz Navidad!


Entrevista sobre salud mental y personas mayores

El pasado sábado 1 de octubre se celebró el Dia Internacional de las Personas Mayores, y a propósito de esta fecha tuve la oportunidad de participar en calidad de entrevistado en el programa «Sois los primeros» de esRadio conducido por el Dr. Ignacio Balboa. La propuesta era conversar sobre el impacto de la pandemia en personas mayores y sobre las particularidades de la Psiquiatría Geriátrica. También hubo espacio para incidir en la ausencia de una red de atención específica de Psicogeriatría y la necesidad de miradas con formaciones complementarias y un funcionamiento coordinado para intentar mejorar el estado de salud de las personas mayores. Reflexionamos en voz alta sobre la repercusión de decisiones de salud tomadas exclusivamente por criterios de edad y sustentadas en atribuciones ageístas de vulnerabilidad o incapacidad por edad.

Todos estos aspectos los hemos ido abordando con más detalle en diferentes entradas de nuestro blog. Aquí pueden escuchar la entrevista completa.

Entrevista con el Dr. Ignacio Balboa en «Sois los primeros» en esRadio. Domingo 2 octubre 2022

Personas mayores y soledad. 10 puntos que invitan a la reflexión

Presentamos una serie de puntos para reflexionar sobre la relación que se establece entre la soledad y las personas mayores. En muchas ocasiones se vinculan ambos términos sin matices, lo que da lugar a posturas nihilistas “no hay nada que podamos hacer; es lo que toca”. Otras veces se señala la soledad como un problema de salud, y como tal, se medicaliza.

Partimos de una descripción de contexto, con la pandemia como resorte que sitúa a la soledad y a las personas mayores en un primer plano. Luego realizamos una presentación de posicionamientos y posibles abordajes del tema, y finalmente formulamos propuestas que reflejan nuestra postura al respecto.

1. La pandemia, las restricciones y el miedo ponen en un primer plano el aislamiento y a las personas mayores. Las limitaciones de movilidad, el cambio de rutina a todos los niveles, las dramáticas cifras de muertes y afectados (sobre todo en esta franja de edad) y la posterior «desescalada» explican que el binomio soledadpersonas mayores aparezca frecuentemente en los medios de comunicación.

2. Por otra parte, resulta intuitivo relacionar la soledad no deseada con las personas mayores. Habitualmente tienen una biografía con pérdidas y la probabilidad de viudedad y/o separaciones es mayor. Tiene sentido. Sin embargo, que algo ocurra más frecuentemente en un grupo concreto de edad no tiene particular valor a nivel individual, sino a nivel de población.

3. De modo añadido a estas premisas, se señaló como factor de riesgo de soledad no deseada la relación de las personas mayores con la tecnología. Sin embargo, las personas mayores han crecido y afrontado situaciones sin la inmediatez de la tecnología actual ni el acceso instantáneo a la información en red. Como grupo etario toleran los tiempos de espera de modo diferente a las generaciones más jóvenes, que son los precisamente los que señalan la mejorable relación de las personas mayores con la tecnología como el foco principal de intervención. Realmente se trata de su propia angustia. Ambos puntos, ejemplos de ageísmo.

4.  Y aparece la paradoja del WhatsApp (o cualquier modalidad de mensajería instantánea) que como paradigma de mejora de la comunicación, potencia, sin embargo, el aislamiento. Sobre todo, cuando las restricciones de la pandemia no son tan estrictas. Lo “tele”mático, o la teleconsulta… “ha venido para quedarse” y eso es lo que precisamente ocurre con la persona mayor, que se queda en casa.  Y esto es perjudicial para su salud.

5. Lo cierto es que la soledad, vinculada a estados afectivos, se relaciona con peores resultados de salud: autocuidado, alimentación, aislamiento y reducción de actividad física, menos relaciones interpersonales e impacto cognitivo. Depresión y soledad están relacionadas. También soledad y suicido. Pero sin atribuciones causales utilitarias.

6. La perspectiva sanitaria pone el foco en este punto y eso puede derivar en medicalización de la persona mayor, a base de pastillas (más habitual) y/o de terapias (más raro). En ambos casos asumiendo un potencial de iatrogenia.

7. Las iniciativas vecinales con redes de apoyo intergeneracional son inspiradoras y desde mi punto de vista dan en el clavo en cuanto al modelo, que sería exportable al enfoque sanitario. Alertan cuando detectan un cambio en las rutinas de la persona mayor: si no sale a comprar el pan, si no baja al bar o a dar el paseo. Y preguntan a ver qué ocurre.

8. Los proyectos intergeneracionales dan la clave para un aprendizaje bidireccioneal que evita una inmersión tecnológica impuesta en la persona mayor y fortalece su rol en cuanto a sabiduría y experiencia, transmitiendo experiencias a jóvenes y adultos. Los jóvenes como promotores de redes virtuales para luego facilitar el contacto interpersonal no virtual con las personas mayores, organizando reuniones generacionales en espacios abiertos. Quid pro quo. Modelo exitoso.

9. El sistema de alerta en las redes vecinales, basado en un cambio en la rutina, sería lo importable al sistema de atención sanitario comunitario. Lo que importa es el cambio en la autonomía de la persona mayor, detectarlo y luego ver lo que sucede…

Un cambio en la autonomía, que no pueda explicarse por otros factores (la persona mayor no sale a comprar porque no tiene dinero o porque hay una obra justo en la salida de su casa), es la diana a tener en cuenta en lo sanitario: permite ver si lo que sucede tiene posibilidad de mejora y si desde en entorno sanitario puede hacerse algo. Pero para ello hay que registrarlo. Y antes considerarlo. Puede ser una enfermedad. Puede ser soledad. Puede no ser nada relevante. Pero es la clave para un planteamiento concreto de intervención individual.

10. Resulta tentador proponer o incluso implementar propuestas y programas, también organizar comisiones, pero que finalmente ahondan en la dinámica de abordajes parciales y escotomizados de un fenómeno que va más allá de lo sanitario, pero que como hemos visto, tiene repercusiones para la salud.


La propuesta principal, a nivel sociopolítico, pero también familiar, es considerar y escuchar a cada persona mayor. Pivotar las tomas de decisión sobre sus propuestas, ponderando también el conocimiento de su biografía, de su red de apoyo, de su ocio y de su sabiduría del entorno familiar/relacional y de las posibilidades de las que dispone en cada momento. Evitar actitudes paternalistas implícitas, por ejemplo, cuando nos referimos a ellos como “nuestros” mayores o de infantilización “nuestros abuelos”. Dejar de considerar a la persona mayor como potencialmente incapaz.


Depresión en personas mayores

¿De qué estamos hablando? 10 puntos a tener en cuenta

Para poner en contexto este tema de la depresión en personas mayores, de límites bien difusos, proponemos un recorrido que permita avanzar desde la pregunta ¿de qué estamos hablando? a otra más pertinente: ¿de quién estamos hablando?. Abordamos aspectos relacionados con la edad, el envejecimiento y la enfermedad. También los matices diferenciales a tener en cuenta en la depresión en las personas de edad avanzada.

1. EDADISMO. En primer lugar, es importante tomar conciencia de nuestros propios prejuicios y de los de nuestro entorno en relación a la edad. Como ya comentábamos en una entrada previa: “El concepto engloba prejuicios, actitudes y prácticas en diferentes ámbitos, incluido el institucional».

La edad no es un factor de riesgo de depresión en personas mayores (ni de ninguna otra cosa en particular);“a los 80 es normal que uno se deprima” . Que algo resulte más probable en un grupo de edad en comparación a otro, no lo convierte en un elemento para explicarlo.

Sí son factores de riesgo de depresión de inicio en edad tardía, por ejemplo, tener la tensión arterial alta, ser diabético o tener problemas de visión y/o audición, también tener un escaso círculo social o poco contacto con la familia.

2. PAPEL DE LA PERSONA MAYOR. Es importante poner en valor los cambios y diferentes consideraciones sociales de este grupo etario: de la figura de la persona mayor como portadora de memoria colectiva, referente simbólico o lazo intergeneracional en diferentes momentos y culturas, a posturas recientes contrapuestas y controvertidas, que van desde la consideración del envejecimiento como un estado patológico hasta recomendar como universalmente saludable el papel de abuelo. Es relevante ya que la persona mayor no es impermeable a esto.

3. ENVEJECIMIENTO. En esta entrada reciente escribíamos lo siguiente “envejecer es un proceso complejo, asincrónico y diverso. Universal también, como cualquier otra etapa de la vida, diferencial y dinámico”. Es decir, nadie envejece del mismo modo ni de uno concreto que podamos anticipar. Es una etapa con singularidades que no explican la enfermedad ni la pérdida de autonomía. Eso sí, se toma habitualmente mayor conciencia de la propia mortalidad “En la vejez hay menos posibilidades de aplazar el encuentro con la verdad de uno mismo, de su vida en el sentido más amplio”. La ansiedad de muerte es un elemento a tener en cuenta en estados depresivos.

4. ENFERMEDAD. “Cada persona que enferma lo hace a su manera. El significado de una enfermedad a nivel individual, familiar y cultural, conforma al enfermo”. Esto va más allá del estilo de afrontamiento de cada uno, va del modo de entender la enfermedad y del enfermo.

Claro que, si hablamos de depresión, la situación se antoja con más aristas: la utilización rutinaria del término con significados diversos, habitualmente trivializándolo, las categorizaciones de depresión y la variabilidad entre profesionales, el estigma, las atribuciones de culpa de quien la padece y en particular, en personas mayores, una mirada desde una resignación nihilista que puede resultar perjudicial.

5. JUBILACIÓN. La jubilación es la transición más relevante en este grupo de edad. “El jubilado elabora su historia de vida atendiendo y considerando sus recuerdos, reordenándolos en el tiempo y dotándolos de sentido y de utilidad” .

Es una oportunidad para adentrarnos en aspectos y matices que nos ayudarán a entender y no psicologizar o medicalizar estados concretos de ánimo.

6. PSIQUIATRIZACIÓN. En las personas mayores ocurre de un modo desproporcionado que la toma de medicamentos para la ansiedad o la depresión, no se corresponde con el hecho que presenten un episodio depresivo mayor. ¿De qué estamos hablando entonces? Discernir entre emociones, sentimientos, estados de ánimo y situarlos en un marco temporal concreto es bien complicado. Es necesario conocer a la persona. ¿Cómo podemos intentar abordarlo los profesionales? Aquí lo explicábamos.

7. MODO DE PRESENTARSE. Los cambios en los estados de ánimo y su impacto en la autonomía de la persona mayor son uno de los principales motivos de consulta en Psiquiatría Geriátrica, así como la duda de si ese cambio en las capacidades se corresponde con un problema de ánimo o con un problema cognitivo. La realidad es que no hay un patrón específico de deterioro cognitivo en un episodio depresivo. Lo más habitual es que en las fases iniciales de los cuadros depresivos empeore más la atención, la capacidad para organizarse y realizar las tareas habituales así como también la manera de expresarse; por el contrario, la memoria verbal y la de trabajo no suelen afectarse. A medida que hay una mejoría anímica persiste únicamente una menor (que no peor) velocidad de procesamiento de lo ocurre.

8. PARTICULARIDADES. Las alteraciones estructurales cerebrales, habitualmente de origen vascular “infartos antiguos”, pueden tener un papel en determinadas depresiones en personas mayores, en las que hay característicamente un mayor enlentecimiento (también en movilidad), más agotabilidad e inestabilidad, más apatía y menos tristeza.

De ahí que los factores de riesgo vascular son de interés al valorar y diagnosticar una depresión en personas mayores. Otro punto importante es tener en cuenta que la presencia de estados de ánimo alterados concurre muchas veces en personas con enfermedades neurodegenerativas (por ejemplo, una demencia).

9. EL CUERPO. Sensaciones corporales como modo de expresión de estados de ánimo son más habituales en personas mayores, también actitudes de oposición o descuido en el cuidado personal, así como preocupaciones de temática de ruina o desconfianza.

«Con frecuencia el jubilado acuerda a su cuerpo la atención que ya no le reclama su trabajo“ S. de Beauvoir

10. SUICIDIO. El suicidio ocurre. Con más letalidad en personas mayores. “La complejidad del fenómeno aumenta a medida que se desentrañan los factores que de un modo u otro están relacionados () Tenemos que abordarlo”. Abordarlo en consulta de forma habitual, preguntando directamente por ello. Valorar los factores de riesgo y determinar así cuál es la opción más adecuada para tratar el caso.

De modo deliberado hemos rehuido de categorizaciones diagnósticas, así como de tratamientos psicofarmacológicos y psicoterapéuticos, invitando a poner en contexto el fenómeno con sus singularidades.


La jubilación

El trabajo nos evita tres grandes males: el aburrimiento, el vicio y la pobreza”. Voltaire

La jubilación es la transición de vida más vinculada con la edad. La persona es reconocida administrativamente como persona mayor, como pensionista; inaugura una etapa al amparo del velo homogeneizador de la edad, pero que no puede ser más heterogénea.

El significado de la jubilación a nivel individual, familiar y cultural, conforman al jubilado.

“Cuando el trabajo ha sido elegido libremente y constituye una realización de uno mismo, renunciar a él equivale en efecto a una especie de muerte. Cuando ha sido una obligación, estar dispensado de él es una liberación»  

S. de Beauvoir

El valor que cada cual otorga al trabajo es importante para entender los distintos modos de transitar por una etapa, la jubilación, que se inicia a partir de una fecha aleatoria conocida, pero que curiosamente no siempre se anticipa convenientemente “¿cómo me veo jubilado?”.  

Una vez convertido administrativamente en persona mayor, uno dispone de más tiempo y habitualmente de menos poder adquisitivo, con una consideración social diferente. El modo de entender la jubilación, ya sea como un alivio u anhelo, o como un daño u afrenta irreparables, y el momento de vida del entorno relacional, condicionan el devenir de los días del jubilado

El afrontamiento esperable pasa por una actividad ocupacional que resulte significativa para la persona mayor y aprobada como pertinente por su entorno. Las motivaciones que subyacen a ese ímpetu por lograr una actividad que pueda equipararse al rol laboral son diversas: económica, prolongación de un reconocimiento y posicionamiento social o evitar permanecer tiempo en el núcleo de convivencia. La rutina de día y ocupaciones del jubilado no siempre resultan lo esperado por su carácter y temperamento; a veces tampoco si tenemos en cuenta sus aficiones previas o los planes que había anticipado. En otras ocasiones, su nueva rutina tampoco va en la línea de de lo que resulta tradicional y esperable en su entorno. En estos casos la situación se vive con incredulidad y escepticismo, a veces también con malestar por el entorno familiar “nunca creí que mi padre hiciese esto”. El jubilado se topa con uno de los primeros (que no únicos) estigmas de discriminación por edad, la ausencia de presunción de capacidad “se le ha ido la cabeza; no puede estar bien; está mayor”.

Hay una particular relación entre la jubilación y la aparición de enfermedades. En una entrada anterior reflexionábamos acerca de que “el sentido de una enfermedad no siempre se mantiene uniforme y consistente a lo largo del tiempo en una misma persona” y en la jubilación tiene una significación diferenciada. No sólo porque el jubilado enfermo ya no está en una situación administrativa de incapacidad laboral. Hay otros factores que van más en la línea de lo psicosomático.

 “Con frecuencia el jubilado acuerda a su cuerpo la atención que ya no le reclama su trabajo” 

S. de Beauvoir

El jubilado toma más conciencia de las modificaciones madurativas que le ocurren y que en muchos casos eclosionan como algo novedoso e imprevisto y, por lo tanto, de dimensiones relevantes.  La percepción de esos cambios, el temor a la pérdida o a la muerte y la búsqueda de sentido de la vida confluyen en el jubilado desde el primer día y con una intensidad variable. Conocerlo y considerarlo, es el primer paso para poner freno a una medicalización de las quejas.

El envejecimiento va de la mano de cambios corporales con implicaciones en la autoimagen, disminución de capacidades sensoriales o una menor velocidad de procesamiento. Y la jubilación es un período en el que estos aspectos se colocan en un primer plano.

También se redimensionan determinados papeles del jubilado al presuponer una mayor disponibilidad de tiempo libre; el rol de abuelo el que puede resultar más controvertido y que en muchas situaciones genera confusión… ¿es beneficioso cuidar a los nietos?. Parece que se divulga que incluso es sano, pero ¿es realmente recomendable ejercer de abuelo? Reflexionamos al respecto en esta entrada.  

La relación con los hijos también varía, con la balanza de cuidados que se invierte, al menos en cuanto a la planificación anticipada de cada cual. De cuidadores a potenciales cuidados.

El temor a la muerte, la toma de conciencia de la propia vulnerabilidad y el temor a una potencial dependencia cobra una dimensión desconocida y muchas veces amenazante para el jubilado. Anticipa las pérdidas que ocurrirán y eso es todo un proceso, como veíamos en una entrada anterior de este blog sobre la obra de la experta psiquiatra Elisabeth Kübler-Ross; sobre la muerte y los moribundos

La experiencia de cumplir años pertenece a cada uno y no es posible integrar una pluralidad de experiencias sólo a partir de un momento administrativo como la jubilación. Lo cierto es que tampoco en cualquier aspecto que concierne al envejecimiento.

“Los viejos conservan las cualidades y los defectos de los hombres que siguen siendo

S. de Beauvoir

La jubilación es un aspecto muy relevante en la atención a la persona mayor y lo que ocurre a partir de ese momento es de gran valor desde todos los puntos de vista. El jubilado elabora su historia de vida atendiendo y considerando sus recuerdos, reordenándolos en el tiempo y dotándolos de sentido de significado y de utilidad. Compartirlo es un privilegio.

Se envejece como se ha vivido

J. de Ajuriaguerra

Los 5 motivos de consulta más frecuentes en Psiquiatría Geriátrica

No hay una situación concreta que destaque como motivo para que una persona mayor o a su entorno de cuidado soliciten una consulta en Psiquiatría Geriátrica. Se trata de un recurso todavía desconocido a pesar de su recorrido histórico y con un modelo de trabajo cuyas diferencias continúan sorprendiendo a quiénes acceden a él. La variabilidad y las dificultades para la formación y capacitación específica en Psiquiatría Geriátrica no motivan a más profesionales a una dedicación específica. Tampoco existe una red asistencial especializada y todo aquello que suene a Psiquiatría Geriátrica se relaciona con entornos residenciales. Esto no ayuda.

Ya hablamos hace unos meses en este blog de aspectos clave en la consulta de Psicogeriatría. La dinámica que se muestra en el apartado «la mesa se cubre de informes y el espacio se llena de comentarios» merece una especial consideración y no hay un modo universal de afrontarlo. En nuestro caso, cuando el familiar de la persona mayor contacta para solicitar la consulta le ofrecemos un espacio de escucha activa, para que disponga de tiempo suficiente y pueda poner en orden la información condensada los días previos, sus temores y sus dudas.

Tiene un gran valor la historia de vida de la persona mayor contada por el familiar que solicita la consulta. Permite conocer, entre otras cosas…

  • Su visión acerca de la evolución de las capacidades y la autonomía de la persona mayor a partir de la última transición relevante, la jubilación o la viudedad.
  • Su percepción acerca del estilo de afrontamiento que tiene la persona mayor ante problemas de salud y la pérdida de personas significativas en otros momentos de su vida.
  • Su punto de vista sobre dinámicas familiares y estilos de relación, además de costumbres y tradiciones relevantes para la persona mayor y que son de ayuda para comprender el contexto actual que les lleva a solicitar la consulta.

Disponer de esta información previa tiene otras ventajas:

  • Permite centrar la atención en la persona mayor el día de la consulta, evitando que el propietario del relato y del momento sea el acompañante familiar, liberado ya de «cubrir la mesa de informes y llenar el espacio de comentarios«.
  • Permite hacer recomendaciones más personalizadas para optimizar el cuidado de la persona mayor. En todos los casos se anima a un tipo de cuidado no sólo compasivo, tal y como comentábamos en esta entrada, si no centrado en promover e implementar la autonomía de la persona mayor.

Y llegados a este punto, ¿cuáles son los 5 motivos de consulta más habituales en Psiquiatría Geriátrica?

Los cinco puntos que seleccionamos podrían sintetizarse realmente en uno; EL CAMBIO. La edad es muchas veces el resignado argumento para explicar cualquier cambio en una persona mayor, aún en las situaciones que se solicita consulta. No obstante, el hecho de consultar y entender que algo «ha cambiado» y quizás podamos hacer algo al respecto, es el primer paso para abordar la situación.

Los cambios suelen centrarse en cinco aspectos:

1. LA MANERA DE RELACIONARSE. Ya sea por irritabilidad, desconfianza o desinhibición, el estilo y modo de reaccionar de la persona mayor no resulta reconocible por el cuidador. Esto genera congoja e incertidumbre a partes iguales. Si el cambio en las relaciones va más en la línea de un desinterés o un distanciamiento, no suele resultar tan alarmante por parte de la familia aunque pueda resultar igual de preocupante y limitante.

2. LAS NOCHES. Dormir menos horas, despertarse más veces y tener luego dificultades para conciliar el sueño, moverse en la cama de un modo distinto mientras se duerme, cosas que suceden o se dicen poco antes de dormirse o al despertarse. Los trastornos del sueño hacen mella en la persona mayor y en su entorno de cuidado; los días son diferentes si las noches cambian. Al igual que en el punto anterior, el aumento de horas de sueño no tiende a identificarse como un problema, y puede resultarlo. Es, en todo caso, un cambio.

3. LOS TEMAS DE CONVERSACIÓN; “está obsesionado con…”. Preocupaciones de la persona mayor que antes no existían y que ahora están en todas las conversaciones familiares, argumentaciones propias que no se reconocen como habituales o que resultan extrañas, fantasiosas o inexplicables. Viene habitualmente acompañado de cambios en hábitos de vida de la persona mayor y de una impresión de sufrimiento.

4. EL ESTADO DE ÁNIMO. En ocasiones, el familiar reconoce en la persona mayor un estado similar a otras situaciones de vida, pero con una intensidad o repercusión diferentes. Otras veces el cambio en el estado de ánimo ocurre por primera vez. Es siempre distinto a lo que sucede en adultos más jóvenes y muchas veces con cambios en aspectos cognitivos ¿en una depresión o se trata de una demencia?. El pensamiento suicida es habitual y siempre relevante .

5. LO QUE LA PERSONA MAYOR HACE, con cambios en la manera de hacer las cosas o en las cosas que hace. Este «dejar de hacer» (cocinar, encargarse de su medicación, leer o interesarse por temas de los que solía estar al tanto….) es una señal de alarma para cualquier psicogeriatra. Explicarlo a través de la edad o interpretarlo desde el carácter previo pueden retrasar el momento de la consulta. En muchos casos, la posibilidad de recuperación ya no está preservada, pero siempre está la de prevenir un empeoramiento y optimizar la situación actual.

Éstos son los motivos más frecuentes que vemos en la consulta de Psicogeriatría. En otras consultas atendidas, el motivo de la derivación no es tanto el cambio en sí, sino las variopintas y a veces contradictorias recomendaciones que recibe la persona mayor y su entorno, las respuestas imprevistas a tratamientos y las evoluciones muy alejadas de la impresión inicial. Todo un maravilloso reto.


Estar enfermo

 “Antes, todo iba. Después, ya no iba nada”

Las gratitudes. Delphine de Vigan.

Y de repente estamos enfermos. Nuestra vulnerabilidad se pone de manifiesto y nuestra autonomía se compromete. Lo explicamos a partir de una enfermedad concreta y damos vueltas a la implicación que tendrá en nuestra vida. La enfermedad se nos presenta como un proceso reconocido con un pronóstico determinado, pero esta manera de enfermar está muchas veces alejada del enfermo concreto. Cada persona que enferma lo hace a su manera. El significado de una enfermedad a nivel individual, familiar y cultural, conforma al enfermo.  

«Es mucho más importante saber qué tipo de paciente tiene una enfermedad que qué clase de enfermedad tiene un paciente»

W. Osler

Aun así, hay descritos e identificados diferentes modos de entender la enfermedad y reaccionar ante ella. Se habla de estilos de afrontamiento. 

Entender la enfermedad de una determinada manera y en un momento concreto va más allá de un estilo de afrontamiento. Va del enfermo y éste puede entender la enfermedad como…

  • Un desafío a vencer
  • Un enemigo, que amenaza la integridad personal
  • Un castigo por transgresiones pasadas
  • Una evidencia de una debilidad inherente
  • Un indulto frente a las demandas del entorno
  • Una pérdida o un daño irreparable
  • Un valor positivo, que invita a la toma de una conciencia diferenciada del sentido de la vida.

…. por lo que queda bastante claro que aunque “la enfermedad sea la misma”, es única para cada enfermo. Además, el sentido de una enfermedad no siempre se mantiene uniforme y consistente a lo largo del tiempo en una misma persona.

Para comprender las reacciones a la enfermedad hay que considerar las experiencias de vida pasada del enfermo y su situación de vida en el momento presente. Las personas mayores, a menudo, reaccionan a la enfermedad con una intensa ansiedad (aunque no siempre resulte evidente); se pone en en primer plano el temor a un declive que conduzca a la muerte. También sobreviene la idea de de renunciar a la independencia y cambiar de domicilio, pasando a convivir con familiares o en una residencia.

En cuanto a la forma de afrontar una enfermedad, puede haber personas que minimicen u obvien aspectos concretos de una enfermedad: «a mi no me pasa nada» o por el contrario estén en alerta constante todo el rato hablando de aspectos y matices de su enfermedad. También es posible que hagan una demanda de atención no proporcionada con las necesidades «está todo el rato pidiéndonos cosas» o que se aíslen y prescindan activamente de cualquier tipo de ayuda «yo puedo solo«.

La persona mayor que enferma vivencia emociones variadas, que fluctúan y cambian, equiparables a un proceso de duelo. Son reacciones habituales, no siempre en la línea de lo que el propio enfermo o su entorno habían imaginado ante una situación de ese calibre, y en ocasiones no congruentes con su biografía. A priori, no se puede considerar ninguna de estas reacciones como la más recomendable o evitable per se.

La percepción del cambio en el estado de salud, el temor a la pérdida o a la muerte y la búsqueda de sentido de la enfermedad confluyen en el enfermo desde el primer día y con una intensidad distinta modelando el día a día. Las relaciones interpersonales que se establecen con el personal sanitario son muy importantes en el proceso de acompañar en estas variaciones al enfermo. De ahí nuestro papel como profesionales. También para detectar cuándo alguna situación es susceptible de intervención. En las personas mayores, es la pérdida de autonomía el marcador de estado a considerar, la clave para saber cuándo consultar o intervenir. 

En el proceso de adaptación a la nueva situación, algunas veces la persona enferma desplaza la preocupación hacia aspectos triviales, no relacionados con la enfermedad y considerados intrascendentes por el entorno. También hay situaciones en las que la persona enferma se centra en aspectos de enfermedad y se convierte en un experto en ese campo. Otras en las que se centra en las limitaciones de la enfermedad y se construye un sentido de vida centrado en la discapacidad. Cualquiera de estas situaciones puede resultar funcional y útil para adaptarse individualmente a la nueva situación que se está viviendo. No hay una receta universal válida para todos, tanto en cuanto sirva para funcionar y seguir adelante.

Algunas de estas historias de adaptación a la enfermedad las encontramos en la literatura confesional. Este tipo de obras son una vía para que la persona que enferma pueda conocer historias de enfermos que escriben de cuando de repente enferman. Hay una enfermedad, pero sobre todo una historia de vida detrás (y a veces de muerte). Historias que nos permiten elaborar la nuestra. Comparto algunos libros al respecto en esta antigua entrada de nuestro blog.

De hecho, esta entrada comienza con una frase del último libro de DELPHINE DE VIGAN, Las gratitudes. En él recorre magistralmente aspectos del impacto de la enfermedad en una persona mayor y en su entorno, a través de tres historias de vida que se cruzan en un momento determinado. De esto y más cosas, converso con Mario Noya (@MarioNoyaM) en una entrevista a propósito de este libro (para LD Libros; minuto 10 – 24).

Las gratitudes. Delphine de Vigan. Ed. Anagrama