Cada vez disponemos de más información acerca de los beneficios de la actividad física en la salud de las personas mayores. El ejercicio físico se ha convertido una recomendación de salud. Sabemos, y además resulta intuitivo, que las personas mayores que hacen deporte tienen menos carga de enfermedad. De ahí podemos inferir que la actividad física es un elemento saludable y recomendablepero ¿cómo lo hacemos?, ¿qué tipo de actividad recomendamos?, ¿en qué cantidad?, ¿a quién?…
Aún con este cuerpo de conocimiento ha resultado laborioso implementar programas de movilización precoz en personas mayores hospitalizadas, incluso con la evidencia de mejores resultados de salud. No resultaba intuitivo recomendar actividad física en la enfermedad o durante una convalecencia. Los cuidados se vertebraron históricamente en la provisión de ayuda a la persona enferma y el reposo formaba parte de la misma. Sin embargo, tal y como reflexionábamos en esta entrada, cuidar deriva del latín cogitare “pensar” y se define como poner diligencia, atención y solicitud en la ejecución de algo. La diligencia tiene que ver con la prontitud, pero también con la competencia. El cuidado, entendido desde lo compasivo y no como algo funcional y dinámico, no puede considerarse competente. El cuidado habría de entenderse como un modelo de atención para revertir una situación de dependencia si es posible, evitar las complicaciones de una situación de enfermedad y prevenir su progresión. De este modo, el reposo en cama, junto a otras medidas integradas en los cuidados, lograban lo que pretendían evitar: resultar perjudiciales para la salud. Reflexionamos sobre ello en esta otra entrada: “Qué no hacer durante la hospitalización de una persona mayor”.
A resultas, iniciativas desde la (in)formación “más zapatillas y menos pastillas” de @osmachope u otras multidisciplinares e institucionales liderada por @FatimaBranas en el Hospital Infanta Leonor en Madrid, son un ejemplo de toma de conciencia y cambio, venciendo dificultades y resistencias. Las recomendaciones se fundamentan en los beneficios conocidos de la actividad física, y particularmente, en personas mayores.
Tenemos a nuestro alcance apuntes e infografía sobre los tipos de ejercicio que debemos considerar. No se trata de recomendar la práctica de un deporte o de una actividad física concreta; tampoco de ocupar un tiempo determinado (habitualmente largo y mayor de lo necesario) ni de insistir en que la actividad sea grupal o incluso intergeneracional. Esto son generalidades y no siempre resultan aplicables a nivel particular. Dos expertos en ocupación reflexionaban en esta entrada, a modo de entrevista, sobre el valor y el sentido de la actividad en cada persona mayor: “las vidas de los seres humanos están comprometidas en cientos de actividades que ocupan sus horas de vigilia. Estas ocupaciones tienen un profundo impacto en cómo la persona se siente física, emocional y espiritualmente. Las ocupaciones pueden proveer sentido de satisfacción y bienestar, o pueden crear niveles de estrés, desequilibrio e insatisfacción”.
La indicación de una actividad física concreta, por ejemplo Yoga, es saludable y mejora resultados de salud. Lo complicado es lograr que una persona mayor cualquiera se inicie en el Yoga. El reto es integrar ejercicios en la rutina diaria de la persona mayor. No se trataría únicamente de actividades de resistencia o aeróbicas (el clásico caminar), sino también de flexibilidad (ejercicios funcionales) y de equilibrio (taichi, yoga…), junto con musculación. Toca conocer a la persona y los ejercicios y adaptarlo. De los tipos de ejercicios, lo más novedoso tiene que ver con la musculación, que viene de la mano de la fuerza de prensión y las investigaciones sobre fragilidad.
Recomendamos esta guía para “prescriptores de actividad física” que tiene en cuenta la autonomía y ubicación asistencial de la persona mayor, además de la guía referenciada anteriormente de la Sociedad Española de Geriatría y Gerontología (SEGG).
¿CÓMO HACER LA RECOMENDACIÓN?
Sobre esta base de conocimientos acerca del beneficio de la actividad física en personas mayores, recomendamos plantear y decidir conjuntamente con la persona mayor cambios en el modo de realizar las actividades diarias habituales para introducir alguno de estos ejercicios. ¿Sabéis cuantos ejercicios pueden hacerse con una silla? ¿y a lo largo de un pasillo de casa? ¿sabéis que cualquier elemento de peso puede resultar una pesa? ¿sabéis que es mejor hacer varias veces una secuencia de un movimiento en 1-2 minutos y repetirlos cada hora, que una hora continua de actividad? ¿sabéis que el equilibrio puede mejorarse si la persona mayor no camina agarrando el brazo del acompañante?

Es bien conocido que cada persona mayor ocupa su tiempo al jubilarse o a medida que envejece de un modo particular. El reto es incluir esta serie de ejercicios físicos, con la posibilidad de apoyo infográfico para facilitar su realización, en sus actividades habituales. Esto es probablemente más práctico y más útil que señalar actividades o deportes reglados como recomendaciones de salud.
¿Tiene esto cabida en una consulta de Psiquiatría Geriátrica? Escribíamos en esta entrada que “no hay nada más diferente a una valoración en psicogeriatría que otra valoración en psicogeriatría, por lo que señalar aspectos comunes es complejo”. Sin embargo, al ser los cambios funcionales un aspecto nuclear de la consulta de psicogeriatría, también en el seguimiento, las actividades que la persona mayor realiza son una parte importante de la conversación durante la entrevista y resulta muy espontáneo introducir así cambios específicos con las series de ejercicios en mente.