Entrevista sobre salud mental y personas mayores

El pasado sábado 1 de octubre se celebró el Dia Internacional de las Personas Mayores, y a propósito de esta fecha tuve la oportunidad de participar en calidad de entrevistado en el programa «Sois los primeros» de esRadio conducido por el Dr. Ignacio Balboa. La propuesta era conversar sobre el impacto de la pandemia en personas mayores y sobre las particularidades de la Psiquiatría Geriátrica. También hubo espacio para incidir en la ausencia de una red de atención específica de Psicogeriatría y la necesidad de miradas con formaciones complementarias y un funcionamiento coordinado para intentar mejorar el estado de salud de las personas mayores. Reflexionamos en voz alta sobre la repercusión de decisiones de salud tomadas exclusivamente por criterios de edad y sustentadas en atribuciones ageístas de vulnerabilidad o incapacidad por edad.

Todos estos aspectos los hemos ido abordando con más detalle en diferentes entradas de nuestro blog. Aquí pueden escuchar la entrevista completa.

Entrevista con el Dr. Ignacio Balboa en «Sois los primeros» en esRadio. Domingo 2 octubre 2022

Depresión en personas mayores

¿De qué estamos hablando? 10 puntos a tener en cuenta

Para poner en contexto este tema de la depresión en personas mayores, de límites bien difusos, proponemos un recorrido que permita avanzar desde la pregunta ¿de qué estamos hablando? a otra más pertinente: ¿de quién estamos hablando?. Abordamos aspectos relacionados con la edad, el envejecimiento y la enfermedad. También los matices diferenciales a tener en cuenta en la depresión en las personas de edad avanzada.

1. EDADISMO. En primer lugar, es importante tomar conciencia de nuestros propios prejuicios y de los de nuestro entorno en relación a la edad. Como ya comentábamos en una entrada previa: “El concepto engloba prejuicios, actitudes y prácticas en diferentes ámbitos, incluido el institucional».

La edad no es un factor de riesgo de depresión en personas mayores (ni de ninguna otra cosa en particular);“a los 80 es normal que uno se deprima” . Que algo resulte más probable en un grupo de edad en comparación a otro, no lo convierte en un elemento para explicarlo.

Sí son factores de riesgo de depresión de inicio en edad tardía, por ejemplo, tener la tensión arterial alta, ser diabético o tener problemas de visión y/o audición, también tener un escaso círculo social o poco contacto con la familia.

2. PAPEL DE LA PERSONA MAYOR. Es importante poner en valor los cambios y diferentes consideraciones sociales de este grupo etario: de la figura de la persona mayor como portadora de memoria colectiva, referente simbólico o lazo intergeneracional en diferentes momentos y culturas, a posturas recientes contrapuestas y controvertidas, que van desde la consideración del envejecimiento como un estado patológico hasta recomendar como universalmente saludable el papel de abuelo. Es relevante ya que la persona mayor no es impermeable a esto.

3. ENVEJECIMIENTO. En esta entrada reciente escribíamos lo siguiente “envejecer es un proceso complejo, asincrónico y diverso. Universal también, como cualquier otra etapa de la vida, diferencial y dinámico”. Es decir, nadie envejece del mismo modo ni de uno concreto que podamos anticipar. Es una etapa con singularidades que no explican la enfermedad ni la pérdida de autonomía. Eso sí, se toma habitualmente mayor conciencia de la propia mortalidad “En la vejez hay menos posibilidades de aplazar el encuentro con la verdad de uno mismo, de su vida en el sentido más amplio”. La ansiedad de muerte es un elemento a tener en cuenta en estados depresivos.

4. ENFERMEDAD. “Cada persona que enferma lo hace a su manera. El significado de una enfermedad a nivel individual, familiar y cultural, conforma al enfermo”. Esto va más allá del estilo de afrontamiento de cada uno, va del modo de entender la enfermedad y del enfermo.

Claro que, si hablamos de depresión, la situación se antoja con más aristas: la utilización rutinaria del término con significados diversos, habitualmente trivializándolo, las categorizaciones de depresión y la variabilidad entre profesionales, el estigma, las atribuciones de culpa de quien la padece y en particular, en personas mayores, una mirada desde una resignación nihilista que puede resultar perjudicial.

5. JUBILACIÓN. La jubilación es la transición más relevante en este grupo de edad. “El jubilado elabora su historia de vida atendiendo y considerando sus recuerdos, reordenándolos en el tiempo y dotándolos de sentido y de utilidad” .

Es una oportunidad para adentrarnos en aspectos y matices que nos ayudarán a entender y no psicologizar o medicalizar estados concretos de ánimo.

6. PSIQUIATRIZACIÓN. En las personas mayores ocurre de un modo desproporcionado que la toma de medicamentos para la ansiedad o la depresión, no se corresponde con el hecho que presenten un episodio depresivo mayor. ¿De qué estamos hablando entonces? Discernir entre emociones, sentimientos, estados de ánimo y situarlos en un marco temporal concreto es bien complicado. Es necesario conocer a la persona. ¿Cómo podemos intentar abordarlo los profesionales? Aquí lo explicábamos.

7. MODO DE PRESENTARSE. Los cambios en los estados de ánimo y su impacto en la autonomía de la persona mayor son uno de los principales motivos de consulta en Psiquiatría Geriátrica, así como la duda de si ese cambio en las capacidades se corresponde con un problema de ánimo o con un problema cognitivo. La realidad es que no hay un patrón específico de deterioro cognitivo en un episodio depresivo. Lo más habitual es que en las fases iniciales de los cuadros depresivos empeore más la atención, la capacidad para organizarse y realizar las tareas habituales así como también la manera de expresarse; por el contrario, la memoria verbal y la de trabajo no suelen afectarse. A medida que hay una mejoría anímica persiste únicamente una menor (que no peor) velocidad de procesamiento de lo ocurre.

8. PARTICULARIDADES. Las alteraciones estructurales cerebrales, habitualmente de origen vascular “infartos antiguos”, pueden tener un papel en determinadas depresiones en personas mayores, en las que hay característicamente un mayor enlentecimiento (también en movilidad), más agotabilidad e inestabilidad, más apatía y menos tristeza.

De ahí que los factores de riesgo vascular son de interés al valorar y diagnosticar una depresión en personas mayores. Otro punto importante es tener en cuenta que la presencia de estados de ánimo alterados concurre muchas veces en personas con enfermedades neurodegenerativas (por ejemplo, una demencia).

9. EL CUERPO. Sensaciones corporales como modo de expresión de estados de ánimo son más habituales en personas mayores, también actitudes de oposición o descuido en el cuidado personal, así como preocupaciones de temática de ruina o desconfianza.

«Con frecuencia el jubilado acuerda a su cuerpo la atención que ya no le reclama su trabajo“ S. de Beauvoir

10. SUICIDIO. El suicidio ocurre. Con más letalidad en personas mayores. “La complejidad del fenómeno aumenta a medida que se desentrañan los factores que de un modo u otro están relacionados () Tenemos que abordarlo”. Abordarlo en consulta de forma habitual, preguntando directamente por ello. Valorar los factores de riesgo y determinar así cuál es la opción más adecuada para tratar el caso.

De modo deliberado hemos rehuido de categorizaciones diagnósticas, así como de tratamientos psicofarmacológicos y psicoterapéuticos, invitando a poner en contexto el fenómeno con sus singularidades.


Envejecer

«A lo largo de los siglos, el hombre ha combatido en guerras heroicas; en el siglo XXI, la lucha contra la muerte cobra otra forma, la de un tipo en pantalón corto saltando la comba»

F. BEIGBEDER

El enigma de la longevidad sería el epígrafe simbólico que subyace la propuesta de la Organización Mundial de Salud (OMS) de considerar el envejecimiento como un estado patológico. Geriatras y sociedades científicas lo refutan en artículos de opinión como este de un modo vehemente. “Old age is not a disease”; “elemento de discriminación etaria”; “afirmar lo contrario sólo indica ignorancia o pereza mental”

Las aportaciones y recomendaciones desde la neurociencia para un envejecimiento saludable así como historias kafkianas de búsqueda de respuestas al enigma de la inmortalidad pincelan el afán de rotular como exitoso un determinado trayecto cumpliendo años. Esta categorización bastante establecida, que define como exitoso o saludable aquel paso del tiempo alejado de enfermedades, factores de riesgo y de dependencia tiene límites bien difusos. Y diría que es, además, el punto de partida para la posterior consideración de lo etario como un estado patológico per se. Un arrebato de globalización inclusivo.

Ciertamente hay muchos factores con implicaciones causales en una enfermedad pero la selección de la causa nuclear la establece quien la define. En este caso, la navaja de Ockham sitúa a la edad en primer plano. Y esto tiene implicaciones, que van desde la rentabilidad a un peligro inminente. A propósito de la edad se mercantilizan inverosímiles propuestas “antiageing” o se esgrimen argumentos edadistas.

Las recomendaciones para un envejecimiento saludable son similares a las dadas para la prevención de enfermedades concretas, por ejemplo, la demencia. Eso también facilita señalar la edad como estado patológico a prevenir.

Algunas de estas recomendaciones, como comer menos de modo alternativo o hacer ejercicio (aeróbico) de modo regular, brindan una excelente oportunidad a la monetización del “no envejecer” a través de suplementos nutricionales y programas de entrenamiento y nutrición variopintos. Otras, más relacionadas con aspectos emocionales, derivan en soflamas de psicología positiva y preconizan estándares universales de gestión emocional al amparo de la industria del coaching.

 “La medicina ha prolongado nuestra vida, pero no nos ha facilitado una buena razón para seguir viviéndola»

M. DELIBES

Envejecer es un proceso complejo, asincrónico y diverso. Universal también, como cualquier otra etapa de la vida, diferencial y dinámico.

A cualquier edad aleatoria dentro del grupo etario “persona mayor” ocurren cambios en toda variable biopsicosocial que midamos. Así es la vida. Intervenir sobre alguna de esas variables no siempre supone un beneficio global significativo ni relevante para una persona en concreto.

En general las recomendaciones de salud en personas mayores van en dos líneas:

  • Maximizar la reserva cerebral, cuanto antes mejor, en la línea de la estimulación cognitiva, física y social, el control emocional y la educación.
  • Minimizar el daño cerebral: controlar factores de riesgo vascular (hipertensión arterial, dislipemia, diabetes), evitar traumatismos craneoncefálicos.

En todo caso, este afán de homogeneizar individuos saludables con recomendaciones por edad es un esfuerzo vacuo: son personas que no se asemejan en nada más que en los años que tienen.

Luego sucede que las medidas de salud autopercibidas o de calidad de vida no siempre van en la línea de la carga de enfermedad (la edad en este caso). Y es en ese momento cuando la medicina basada en la evidencia- de enfermedad– cae en la cuenta del enfermo, la persona mayor según la OMS.

Ciertamente es universal cumplir años, también jubilarse y enfermar. Y cada uno lo hace de un modo concreto y no siempre en el mismo momento. También lo es la muerte.

Y en esa lucha contra la muerte y el envejecimiento, queda (parafraseando de Beigbeder), un tipo en pantalón corto saltando a la comba.


La jubilación

El trabajo nos evita tres grandes males: el aburrimiento, el vicio y la pobreza”. Voltaire

La jubilación es la transición de vida más vinculada con la edad. La persona es reconocida administrativamente como persona mayor, como pensionista; inaugura una etapa al amparo del velo homogeneizador de la edad, pero que no puede ser más heterogénea.

El significado de la jubilación a nivel individual, familiar y cultural, conforman al jubilado.

“Cuando el trabajo ha sido elegido libremente y constituye una realización de uno mismo, renunciar a él equivale en efecto a una especie de muerte. Cuando ha sido una obligación, estar dispensado de él es una liberación»  

S. de Beauvoir

El valor que cada cual otorga al trabajo es importante para entender los distintos modos de transitar por una etapa, la jubilación, que se inicia a partir de una fecha aleatoria conocida, pero que curiosamente no siempre se anticipa convenientemente “¿cómo me veo jubilado?”.  

Una vez convertido administrativamente en persona mayor, uno dispone de más tiempo y habitualmente de menos poder adquisitivo, con una consideración social diferente. El modo de entender la jubilación, ya sea como un alivio u anhelo, o como un daño u afrenta irreparables, y el momento de vida del entorno relacional, condicionan el devenir de los días del jubilado

El afrontamiento esperable pasa por una actividad ocupacional que resulte significativa para la persona mayor y aprobada como pertinente por su entorno. Las motivaciones que subyacen a ese ímpetu por lograr una actividad que pueda equipararse al rol laboral son diversas: económica, prolongación de un reconocimiento y posicionamiento social o evitar permanecer tiempo en el núcleo de convivencia. La rutina de día y ocupaciones del jubilado no siempre resultan lo esperado por su carácter y temperamento; a veces tampoco si tenemos en cuenta sus aficiones previas o los planes que había anticipado. En otras ocasiones, su nueva rutina tampoco va en la línea de de lo que resulta tradicional y esperable en su entorno. En estos casos la situación se vive con incredulidad y escepticismo, a veces también con malestar por el entorno familiar “nunca creí que mi padre hiciese esto”. El jubilado se topa con uno de los primeros (que no únicos) estigmas de discriminación por edad, la ausencia de presunción de capacidad “se le ha ido la cabeza; no puede estar bien; está mayor”.

Hay una particular relación entre la jubilación y la aparición de enfermedades. En una entrada anterior reflexionábamos acerca de que “el sentido de una enfermedad no siempre se mantiene uniforme y consistente a lo largo del tiempo en una misma persona” y en la jubilación tiene una significación diferenciada. No sólo porque el jubilado enfermo ya no está en una situación administrativa de incapacidad laboral. Hay otros factores que van más en la línea de lo psicosomático.

 “Con frecuencia el jubilado acuerda a su cuerpo la atención que ya no le reclama su trabajo” 

S. de Beauvoir

El jubilado toma más conciencia de las modificaciones madurativas que le ocurren y que en muchos casos eclosionan como algo novedoso e imprevisto y, por lo tanto, de dimensiones relevantes.  La percepción de esos cambios, el temor a la pérdida o a la muerte y la búsqueda de sentido de la vida confluyen en el jubilado desde el primer día y con una intensidad variable. Conocerlo y considerarlo, es el primer paso para poner freno a una medicalización de las quejas.

El envejecimiento va de la mano de cambios corporales con implicaciones en la autoimagen, disminución de capacidades sensoriales o una menor velocidad de procesamiento. Y la jubilación es un período en el que estos aspectos se colocan en un primer plano.

También se redimensionan determinados papeles del jubilado al presuponer una mayor disponibilidad de tiempo libre; el rol de abuelo el que puede resultar más controvertido y que en muchas situaciones genera confusión… ¿es beneficioso cuidar a los nietos?. Parece que se divulga que incluso es sano, pero ¿es realmente recomendable ejercer de abuelo? Reflexionamos al respecto en esta entrada.  

La relación con los hijos también varía, con la balanza de cuidados que se invierte, al menos en cuanto a la planificación anticipada de cada cual. De cuidadores a potenciales cuidados.

El temor a la muerte, la toma de conciencia de la propia vulnerabilidad y el temor a una potencial dependencia cobra una dimensión desconocida y muchas veces amenazante para el jubilado. Anticipa las pérdidas que ocurrirán y eso es todo un proceso, como veíamos en una entrada anterior de este blog sobre la obra de la experta psiquiatra Elisabeth Kübler-Ross; sobre la muerte y los moribundos

La experiencia de cumplir años pertenece a cada uno y no es posible integrar una pluralidad de experiencias sólo a partir de un momento administrativo como la jubilación. Lo cierto es que tampoco en cualquier aspecto que concierne al envejecimiento.

“Los viejos conservan las cualidades y los defectos de los hombres que siguen siendo

S. de Beauvoir

La jubilación es un aspecto muy relevante en la atención a la persona mayor y lo que ocurre a partir de ese momento es de gran valor desde todos los puntos de vista. El jubilado elabora su historia de vida atendiendo y considerando sus recuerdos, reordenándolos en el tiempo y dotándolos de sentido de significado y de utilidad. Compartirlo es un privilegio.

Se envejece como se ha vivido

J. de Ajuriaguerra

Autoedadismo en tiempos de pandemia

“Paciente de 80 años que acude a urgencias con dificultad para respirar, cansancio y tos, que rechaza el uso de ventilación mecánica”

Lamentablemente, en el marco de la actual alerta sanitaria se han incluido criterios de edad en protocolos de triaje para la distribución de recursos y la toma de decisiones clínico-asistenciales en pacientes hospitalizados.


El coronavirus 2019 (COVID-19) se detecta por primera vez en la ciudad de Wuhan, China, en diciembre de 2019. Poco tiempo después, la Organización Mundial de la Salud alerta de que existe un elevado riesgo de propagación de la enfermedad a otros países del mundo, declarándose pandemia el día 11 de marzo de 2020. Desde el día 14 de marzo nos encontramos en una situación de alerta sanitaria, en estado de cuarentena y con un número excepcional de hospitalizaciones por COVID-19.

Esta situación condiciona la elaboración de protocolos de triaje para facilitar la toma de decisiones clínicas en un marco de recursos insuficientes. Y se incluye la edad para la (no) realización de determinados procedimientos terapéuticos. Algunos de los argumentos utilizados para matizarlo fueron, entre otros, “este límite (de edad) no pretende reflejar juicios de valor sobre la calidad de vida o el valor de la vida de los pacientes más añosos, sino reservar recursos potencialmente escasísimos de soporte vital avanzado para aquellos pacientes con más posibilidades de supervivencia y secundariamente, más años de vida salvada”. Y sin embargo, no se incluyen herramientas clínicas, como la valoración geriátrica integral, en la toma de decisiones en personas mayores. Increíble, pero cierto.

Esta situación provocó un posicionamiento formal de la Sociedad Española de Medicina Geriátrica (SEMEG) @semeg_es para poner el foco en las necesidades y derechos del paciente mayor sin una flagrante discriminación por edad.

Más tarde, en abril, en un documento sobre aspectos éticos en situaciones de pandemia del Ministerio de Sanidad (vía Sociedad Española de Geriatría y Gerontología) @seggeriatria se recoge, entre otras cosas, lo siguiente: “excluir a pacientes del acceso a determinados recursos asistenciales o a determinados tratamientos (por ejemplo, aplicar dicha limitación a toda persona de edad superior a 80 años) resulta contrario, por discriminatorio, a los fundamentos mismos de nuestro estado de derecho (art. 14 Constitución española) () Lo que no resulta en modo alguno aceptable es descartar ex ante el acceso a dichos medios a toda persona que supere una edad

Los protocolos de triaje no son vinculantes, pero se trata de documentos técnicos elaborados por diferentes profesionales que toman decisiones en personas mayores. Resulta sorprendente que se obvien criterios de funcionalidad y fragilidad y se incluyan otros fútiles teñidos de humanismo vacuo.

No es una cuestión baladí. Opiniones relevantes dentro de la ética médica, como por ejemplo la de este bioético experto de 71 años, respaldan la edad como criterio de acceso a determinados recursos (ventiladores), asumiendo la discriminación por edad pero paradójicamente sin considerar tampoco la situación basal del paciente. Y se anticipa a sí mismo, heroicamente, como potencial candidato en años venideros. Y firma el documento, imagino que satisfecho.

La edad es más importante como fuente de variabilidad individual impredecible que de un cambio interindividual predecible

John C. Brocklehurst

Hablábamos en una entrada anterior de este blog de la discriminación por edad y el concepto de edadismo o ageísmo. El autoedadismo, en la línea del autoestigma, se refiere a la atribución como identidad propia de prejuicios y aspectos discriminatorios relacionados con la edad.

En este marco de asistencia sanitaria no es contraintuitivo ni tampoco anecdótico que las personas mayores que acuden al hospital se discriminen a sí mismos por razones de edad, antes incluso de presentarse y hablar acerca de lo que le sucede. ¿Son ejemplos de autoedadismo? En tiempos de pandemia hay matices.

¿Realmente la persona mayor expresa algo desde una identidad propia elaborada? ¿o la gestión sanitaria y la información al respecto en medios de comunicación ha favorecido estas posiciones y la persona mayor está condicionada, incluso coaccionada? Asumiendo la presunción de capacidad del paciente ¿en que medida la singularidad de este contexto en el que nos encontramos condiciona el autoedadismo? ¿se trata de una elección expresada, razonable, basada en motivos racionales y realizada sobre una compresión real y completa del proceso?

En todas estas situaciones es necesario y razonable explorar y ponderar las informaciones que la persona mayor tiene con respecto al marco asistencial actual. Indagar desde cuando se discrimina a si mismo por su edad con aspectos relacionados con la salud y la utilización de recursos sanitarios. Esto es relevante, ya que si realmente no se trata de algo identitario, el marco actual podría condicionar su capacidad de toma de decisión desde la coacción. La autodiscriminación por edad manifestada de inicio habría de considerarse más como un signo de alarma que como una ayuda para la toma de una decisión clínica y de asignación de recursos. A nuestro juicio no puede, a priori, considerarse como un respaldo vinculante para una decisión de distribución de recursos. Como tampoco se pueden obviar herramientas de valoración geriátrica en la toma de decisiones de salud en personas mayores.


Envejecimiento de la población y el reto del sistema sanitario

“La edad es más importante como fuente de variabilidad individual impredecible que de un cambio interindividual predecible”

John C. Brocklehurst

Este conocido aforismo en geriatría remarca, a modo de trabalenguas, que una persona mayor no se parece en nada a otra de su misma edad, aun compartiendo similitudes, salvo en los años. Es decir, que la edad a título individual no resulta explicativa de nada en términos de problemas de salud. Es por esto que respuestas todavía vigentes del tipo “esto es por la edad no se sostienen bajo ningún argumento científico.

Como grupo de edad, las personas mayores, comparten particularidades específicas y tienen unas determinadas características generacionales que están claramente diferenciadas de la población adulta más joven. Los datos epidemiológicos nos dicen que se trata de un grupo poblacional cada vez mayor. Falta saber si estos datos se tienen en cuenta…  

¿Hay realmente tantas personas mayores?

La población española está envejeciendo. No es una noticia de actualidad. Llevamos años oyendo hablar en diferentes medios de la inversión de la pirámide poblacional. De hecho, el envejecimiento de la población se inicia en el siglo XVIII con las reformas estructurales y culturales que condicionan una mayor equidad en el reparto de riquezas y una mayor secularización del pensamiento. Inicialmente se produce un incremento del tamaño de la población y posteriormente una estabilización y la modificación de su estructura por edad y sexo. La distribución actual de la población la determinan la transición demográfica y la epidemiológica.

La natalidad, mortalidad y los movimientos migratorios (transición demográfica) condicionan el tamaño y la estructura, mientras que los cambios en los patrones de enfermedad (transición epidemiológica), una mayor longevidad de la población. Las infecciones, transmisibles y de curso agudo, son reemplazadas por enfermedades no transmisibles y de curso crónico.

Existe un descenso global de la mortalidad, un incremento de la expectativa de vida de ambos sexos, más marcado en la mujer, y un descenso de la natalidad. Esto facilita el aumento relativo de la población mayor y proporcionalmente de los individuos más mayores dentro de este grupo de edad.

Una población cada vez más envejecida según las estadísticas y con previsiones en esa línea en las próximas décadas debería llevarnos a asumir la responsabilidad de adecuar el sistema sanitario a esta realidad.

 ¿Quién tiene que adaptarse a este envejecimiento poblacional?

No es la persona mayor quien debe acomodarse a un sistema asistencial y a un modelo de trabajo que no fue diseñado inicialmente para una población envejecida. Además, la persona mayor no siempre puede adaptarse (los niveles de autonomía están más frecuentemente alterados en los ancianos que en población adulta) y esta exigencia vulnera los más elementales principios éticos y de calidad. Será por tanto el sistema sanitario el que deba acoger las necesidades de su principal paciente: la persona mayor.

Hay mucho margen de mejora. Los servicios sanitarios y sociales no han sido inmunes a los cambios demográficos, aunque los mecanismos para afrontarlos no han sido homogéneos. En concreto, la implantación de atención especializada a la persona mayor no parece seguir un plan consensuado y la figura de geriatra continúa infrarrepresentada frente a otras especialidades médicas y alejada de la realidad demográfica descrita. De hecho, hay comunidades autónomas donde no hay geriatras en el sistema público de salud y, por dar un ejemplo, hasta hace 2 años no había geriatras en todos los hospitales de la Comunidad de Madrid.

En cuanto a lo que se refiere a la situación de la psicogeriatría, os recordamos esta entrada de nuestro blog.

¿Qué es relevante para la persona mayor?

Ya sabemos que la edad no lo es. Utilizar los años como principal criterio para condicionar el acceso a un recurso o procedimiento o sostener sobre ella la toma de decisión clínica es una medida de discriminación. Edadismo o ageísmo se llama a este tipo de práctica y hay múltiples ejemplos.

Necesitamos otras variables diferentes a la edad y de hecho las tenemos, pero ni su introducción ni su consideración son todavía universales. También precisamos de otros objetivos. En la línea de priorizar vida a los años y no tanto los años a la vida. Individualizar una recomendación en una persona mayor implica necesariamente disponer de más herramientas que su edad y sus enfermedades. Y ahí es crucial conocer a esa persona mayor en sí. La figura del médico de atención primaria, que conoce al anciano a lo largo de diferentes etapas de su vida, es un valor en declive y cada vez menos potenciado. El equipo de Atención Primaría debería suponer el principal detector de un cambio funcional en el anciano por la información de la que dispone y por la cercanía al anciano y su entorno.

Hay que medir y considerar la capacidad de la persona mayor para adaptarse al entorno y a los cambios, su vulnerabilidad o fragilidad, que nos dará una medida de su riesgo de perder autonomía durante la enfermedad. Disponemos de la Valoración Geriátrica Integral (VGI) como herramienta para medir la reserva funcional de la persona mayor. Esta VGI consiste, de modo muy resumido, en considerar y evaluar los dominios físicos, cognitivo, afectivo, social y sensorial del anciano. Permite detectar y poner en contexto la enfermedad en el enfermo, aspecto clave en la toma de decisiones. La pérdida de autonomía es el principal determinante de la calidad de vida y el mejor predictor de posteriores eventos indeseables para la persona mayor y su entorno: dependencia y necesidad de ayuda para el cuidado. Lo que realmente importa. 

De esta forma, el objetivo primordial de la atención sanitaria a la persona mayor es evitar y limitar la aparición y el desarrollo de pérdida de autonomía. Las medidas de eficacia son diferentes a las de la población general y deben centrarse en evitar que la enfermedad genere discapacidad y que ésta se torne en una pérdida de autonomía sin posibilidad de recuperación.

Los índices clásicos como la reducción de la mortalidad deben quedar relegados a un segundo plano. Vida a los años por encima de años a la vida. Calidad de vida a los años. Ese es el reto. Y lo que resulta relevante para la persona mayor. Una vez que la pérdida de autonomía está establecida y no hay potencial de recuperación es cuando el anciano necesita una red de cuidados: familiares, sociales y sanitarios en forma de apoyo y cuidados paliativos. Una atención especializada al anciano hace su trabajo de detección y prevención antes; cuando aún hay potencial de recuperación funcional, esa es la clave.

Una experiencia de MODELO QUE SE ADAPTA A LA POBLACIÓN ANCIANA

Hace algunos años, en el occidente asturiano, tuve la oportunidad de colaborar en la implantación de un programa de atención al anciano en un área con muchas particularidades. El argumento demográfico y la dispersión geográfica, con núcleos de población pequeños y alejados del hospital de referencia, facilitaron el apoyo a una propuesta singular. Se trataba de un modelo de atención coordinada con atención primaria en la que las valoraciones médicas presenciales se realizaban. en muchos casos. en los centros de salud y no en el hospital. Incluía un programa específico de atención en las residencias de la zona.

Este programa se diseñó como un intento de adecuar la prestación de servicios sanitarios a la población real de aquella zona; más de una década después, el modelo sigue vigente. Probablemente no sea un proyecto exportable a otras áreas, pero tiene, en esencia, lo que se espera de un servicio público: que evolucione y se adapte a su usuario principal, en este caso, la persona mayor.


Está en nuestras manos, también en las de los responsables de la gestión sanitaria, afrontar un reto sanitario que ya está aquí.

¿La discriminación por edad tiene nombre?

Edadismo o ageísmo

Hace ya unas cinco décadas que se empezó a usar este termino que hace referencia a la discriminación por edad hacia las personas mayores. El concepto engloba prejuicios, actitudes y prácticas en diferentes ámbitos, incluido el institucional, contra este grupo de edad.

Utilizar la edad a modo de descalificativo es un recurso habitual. Y no solamente en personas mayores. “Estás mayor para hacer esto” es algo que cualquier adulto oye cuando alguien entiende que lo que está haciendo sobrepasa sus posibilidades.

En los primeros años de vida hay unos hitos del desarrollo son relevantes para detectar problemas en el desarrollo neurocognitivo y psicomotor del niño. A partir de ahí, factores de tipo familiar, cultural, determinantes educativos y sociales, entre otros, cobran importancia y marcan los diferentes ritmos del desarrollo de cada infante. Ya no es tan útil realizar comparaciones sólo por la edad. Y eso se mantiene hasta que nos morimos.

Sin embargo, ya desde la madurez los prejuicios invaden determinadas edades: “la crisis de los 40”, “a la vejez, viruelas”…  cuando realmente la edad biológica es una cifra que no explica absolutamente nada a nivel individual. Las experiencias de convivencia con familiares o allegados mayores alimentan nuestra imagen previa de un octogenario. Y esas son absolutamente unipersonales. Luego están los estereotipos, las generalizaciones o simplificaciones en las que se incurre habitualmente y que son las que se visibilizan. “A los 80 ya no se conduce” “A los 90 se te va la cabeza” “A los 70 no se puede llevar una empresa”…

La última etapa de la vida es muy complicada de definir. La variedad, más que las semejanzas, caracteriza a las personas mayores y no hay pautas claras y distinguibles de envejecimiento. De ahí que no haya nada más diferente a alguien de 85 años que otra persona de 85 años.

Cumplir años es un fenómeno universal, nos incumbe a todos y cada uno de nosotros y en algún momento todos nos preguntamos cómo envejeceremos. En esa imagen mental que nos formamos aparece, además de la muerte, la enfermedad. Y también los médicos. Ocurre que a ciertas edades (por ejemplo, octogenarios) es más probable que aparezcan determinadas enfermedades, pero eso no convierte a toda persona mayor de ochenta años en un enfermo.

Desde la perspectiva del modelo médico, la asociación entre edad y enfermedad es tal que en muchas ocasiones la persona mayor es atendida como un compendio de enfermedades y un sumatorio de medicamentos. Decía W. Osler, médico canadiense, que “es mucho más importante saber qué tipo de paciente tiene una enfermedad que qué clase de enfermedad tiene un paciente”. Y esto lamentablemente se ha quedado en algo teórico. Más si cabe en un sistema que evoluciona hacia considerar cliente al paciente.

De ahí que continuemos teniendo ejemplos de discriminación por edad en el mundo sanitario, por ejemplo:

No incluir a mayores de “una cifra cualquiera a partir de los 65” en los estudios.

No incluir a personas mayores de cierta edad como beneficiarios de diferentes técnicas o intervenciones médicas.

O a viceversa, considerar que a partir de determinados años sólo puede ingresar en un centro determinado.

No se trata de negar u ofrecer irremediablemente una opción a alguien por tener una determinada edad, se trata de valorar individualmente la capacidad, funcionalidad y deseos de cada individuo, entre otras muchas cosas, para tomar conjuntamente la mejor decisión posible.

La edad biológica no debería condicionar nada a nivel individual. Y sin embargo como podéis leer, lo hace. Y tiene un nombre: edadismo o ageísmo.