Más allá de la relación médico-paciente. A propósito de la persona mayor

Escuchar, conocer, comprender, conectar, ajustar expectativas… son elementos que forman parte de la comunicación humana. También de la interacción entre el médico y la persona mayor. El arte de una conexión que alivia, de una alianza empática y con objetivos compartidos, de un vínculo que es acción terapéutica. No se puede medir, pero está ahí: son los factores comunes en terapia o el efecto placebo y nocebo en literatura médica.

Es imposible no comunicar. Cuando abrimos la puerta de la consulta, cuando entramos en la habitación de una persona mayor hospitalizada. ¿Qué hacemos? ¿Cómo lo hacemos?. Las palabras tienen un peso menor que el tono y mucho menor que los gestos y las expresiones faciales. Pero hay más… ¿tenemos en cuenta nuestra gestualidad o la distancia interpersonal? Si lo pensamos e implementamos cambios conscientes en esta línea surgen cambios enriquecedores; por ejemplo, probar a sentarse, previo permiso, en la cama del paciente hospitalizado o utilizando una silla a su altura en vez de estar erguido a los pies de la cama.

¿Consideramos las expectativas que la persona mayor deposita en nosotros? ¿tenemos en cuenta el relato propio de la persona mayor y de su entorno en lo que le sucede? ¿tenemos nosotros algún papel en esa narrativa?

Sabemos que cada persona que enferma lo hace a su manera y que el significado que le da es su primera defensa. Le conforma como enfermo a nivel individual, familiar y cultural.

En el marco actual somos los médicos/científicos los que “sabemos” qué constituye una enfermedad. Desde esa perspectiva categorizamos al enfermo y también a aquella persona mayor con factores de riesgo y que puede llegar a tener una enfermedad, eso de “las pre-enfermedades”. Nos avenimos a recomendar salud y estilos de vida como algo casi identitario. Algo moral incluso. Y la persona mayor y su entorno no son ajenos.

En este marco tiene lugar cualquiera de las interacciones médico-paciente de nuestros días. Y en esa relación está la oportunidad de encontrar de un sentido a la enfermedad que permita a la persona mayor recuperar algún tipo de control. Pero no en la línea en la que el médico, como experto, transmita con “palabras inteligibles” y compasivamente cómo entendemos lo que le ocurre. No se trata de describir a la persona su enfermedad, de señalarle los parámetros que para nosotros son definitorios y el modo de “luchar” para modificarlos. No se trata de ampararnos en la falacia de un curso de enfermedad prototípico académico que se diluye a propósito de los casos. Se trata de conocer qué le preocupa a la persona mayor, cómo entiende lo que le ocurre, cómo podemos ayudarle, qué necesita de nosotros. Y partir de ahí y en la medida que nos lo permita, participar en lo que sucede.

Sobre estar enfermo reflexionamos también en el blog en esta entrada; antes todo iba, ahora no va nada.

La acción terapéutica actúa en el plano del cuerpo, pero también en la pregnancia social, cultural, individual o situacional. Y a viceversa. No todo parte ni se constituye a partir de la relación médico-paciente. Ni siquiera el efecto placebo. Hay más elementos. Por ejemplo, hace unas décadas, el tabaco se publicitaba incluso desde personal sanitario y en los hospitales y consultas se fumaba de forma habitual. En aquel contexto, no tan alejado, fumar no era lo mismo (circuito de recompensa mediante) y las acciones terapéuticas y el modo de entender las enfermedades respiratorias y neoplásicas era diferente.

Escribe Ivan Illich en su libro Némesis Médica «Las metáforas son trayectos de una orilla a la otra del río semántico. Por naturaleza, cojean. Pero, por su esencia, arrojan luz sobre el punto de partida de la travesía» El médico, como vemos, participa en el sentido que se da una enfermedad, a un estado, a una transición (el envejecimiento), pero no sólo a través de una relación médico-paciente concreta. El marco sociopolítico y cultural conforma a ambos, médico y paciente, y su relación. Siempre hay muchos posibles factores que causan una enfermedad y el médico participa en la selección de la causa que refleja nuestros propios intereses ¿nos interesa el cambio climático, fumamos, hacemos actividad física? ¿estamos descansados, enamorados, preocupados por nuestros hijos, enfadados con nuestros padres? ¿tuvimos un tumor, tenemos sobrepeso, estamos pendientes de una llamada?

Invito también a la lectura de la Enfermedad del Dr. Sachs de Martin Winckler, en la que presenta la medicina como una enfermedad. El sentido que cada médico da a su profesión no es homogéneo ni se mantiene de modo consistente a lo largo del tiempo. Una delicia.

Las personas cambian, la relación terapéutica evoluciona y el sentido de una enfermedad también lo hace. Somos parte de ese proceso.

En esta entrada anterior considerábamos 10 aspectos clave en la consulta de Psiquiatría Geriátrica.


El buen quehacer del médico

Uno de los principios que sostiene e inspiran el buen quehacer de los médicos es que no se dañe a un paciente en un acto clínico (Primum non nocere). Sin embargo, se recogen a lo largo de la historia de la Medicina múltiples ejemplos de acciones médicas que resultaron más dañinas que la propia enfermedad para el paciente. Existe un término que recoge esta particularidad inherente a la práctica médica: la iatrogenia (iatros significa ‘médico’ en griego, y génesis: ‘crear’). Tomar conciencia de que somos, por definición, un elemento de potencial daño para la Salud es clave. Y eso ocurre desde el momento en el que conocemos al enfermo, le saludamos, nos presentamos y escuchamos. Nuestra relación con el paciente nos sitúa de antemano en la posición de experto, con lo que es nuestra responsabilidad asumir nuestra capacidad de producir daño con nuestra intervención. Me refiero en todo momento a situaciones alejadas de la motivación activa consciente de perjudicar a alguien, constitutiva de delito.

Los buenos médicos, tal y como reseña el documento “El buen quehacer del médico” de la Organización Médica Colegial (OMC), son responsables, competentes, actualizan sus conocimientos y habilidades, establecen una buena relación con sus compañeros y actúan de acuerdo con el Código de Deontología Médica. Trabajan en colaboración con sus pacientes y respetan sus derechos a la intimidad y dignidad, haciendo que el paciente se sienta el protagonista de la atención médico-paciente.

El paciente tiene derecho a que nosotros, como médicos, nos preocupemos de actualizarnos y mantenernos al día en los aspectos más técnicos de nuestra profesión; ya sea algún procedimiento, protocolo, tratamiento… pero igualmente también debemos atender a aspectos relacionados con la comunicación, el trato y la seguridad. Dejando atrás el paternalismo de otras épocas y prácticas de dudosa compasión, el ejercicio de la Medicina en un marco de alta tecnología y especialización de procedimientos parece haber dejado atrás también el acompañamiento.

El afrontamiento de la enfermedad pone al enfermo en contacto con muchos aspectos relevantes: la necesidad de ayuda, el paso tiempo que discurre de otro modo, el cambio en las relaciones con las personas próximas, la toma de conciencia de la propia vulnerabilidad o el repaso y cuestionamiento de aspectos vitales pasados y proyectos futuros. La experiencia de enfermar es un fenómeno universal (a todos nos ocurre u ocurrirá en algún momento) que cada uno vive de un modo particular. Para acompañar en el proceso de enfermar es necesario conocer y explorar todos estos aspectos que concurren en el enfermo pero que no se ponen de manifiesto de una manera estándar. Ah, y no es algo que se pueda protocolizar ni tenemos una escala para medirlo… Parafraseando a W. Osler “Es mucho más importante saber qué tipo de paciente tiene una enfermedad que qué clase de enfermedad tiene un paciente”. Muchas veces, a través de experiencias personales y familiares y otras con la lectura de un tipo de literatura confesional en la que el autor, enfermo, narra su vivencia, podemos tomar conciencia del impacto que la enfermedad tiene en la persona y su entorno.

«Es mucho más importante saber qué tipo de paciente tiene una enfermedad que qué clase de enfermedad tiene un paciente»

W. Osler

También caer en la cuenta de lo poco que se consideran y abordan estos aspectos en diferentes momentos de la enfermedad.  Sin ánimo de psicologizar el proceso de enfermar, me parece relevante resaltar que el enfermo, si le preguntamos, pone en valor aspectos de la relación terapéutica que poco o nada tienen que ver con la pericia técnica o el número de publicaciones del médico. Y a nosotros, como personal sanitario, eso tiene que importarnos. De hecho, los médicos lo tenemos recogido en el citado manual “El buen quehacer del médico”, de la OMC, cuya lectura recomiendo a todos los profesionales.

Ahora “sólo” falta formación. Y la mayor enseñanza es empírica sostenida en la práctica diaria de cada uno de nosotros. Todo un quehacer.

10 libros sobre la propia enfermedad

Hay muchos autores que escriben acerca de la enfermedad, sobre enfermos o sobre la muerte. Pero existe un tipo de literatura más íntima, la de aquellos que escriben sobre su propia enfermedad o condición. Se trata de un tipo de literatura confesional en la que el autor comparte con el lector el viaje de redescubrimiento ante el que la enfermedad le sitúa. Cuando alguien que enferma toma conciencia de ello y lo escribe, brinda una oportunidad de cambio a todo aquel que lee su historia. Ahí van diez ejemplos a propósito de una entrevista con @MarioNoyaM para LD Libros en esRadio.

  1. Ebrio de enfermedad (Ed. La uÑa RoTa) de Anatole Broyard.

El periodista Anatole Broyard convierte su enfermedad en un personaje. Tras la experiencia de la muerte de su padre y su trayectoria como crítico literario, plasma en vivo el afrontamiento y significado que otorga a su enfermedad (la misma que padeció su padre). “A mí me agrada que mis escritos sean impúdicos e insolentes; la amenaza de la muerte debería hacernos más ingeniosos”.

Nos convida a los médicos a reconciliar al paciente con la enfermedad y la muerte y a tomar conciencia de la soledad en la que viven los enfermos críticos. Nos insta a ser capaces de ”ir más allá de la ciencia y llegar a la persona”; de “no ser suficientemente intensos ni voluntariosos para imponerse a algo poderoso y demoníaco como es la enfermedad.

El prólogo es de Oliver Sacks y lo termina de este modo “Leyendo un libro como éste, a uno le entran ganas de decir: ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria? Años más tarde, en 2015, el New York Times publica una carta abierta suya de meses antes de fallecer, en la que escribe: “Quiero y espero, en el tiempo que resta, profundizar mis amistades, despedirme de la gente que amo, escribir más, viajar si tengo la fuerza para ello, con el propósito de alcanzar nuevos niveles de entendimiento y percepción”.

2. No sabes lo que me cuesta escribir esto (Ed. Blackie Books) de Olivia Rueda.

La experta en comunicación Olivia Rueda cuenta cómo pierde su principal herramienta (la capacidad de hablar y escribir). Mientras lo afronta y aprende de nuevo a comunicarse pone en relieve lo que supone la relación médico-paciente en momentos de crisis ¿en quién confío cuando las alternativas son varias? Su relato resulta todo un aprendizaje, pero sin embargo ella asegura que “no se aprende nada de una enfermedad”.

3. NACIDO EN UN DÍA AZUL (Ed. Sirio) de Daniel Tammet.

Daniel Tammet recorre su biografía a través de las emociones y actitudes de los demás, muy diferentes a lo largo de su vida, en especial cuando pierde el anonimato. En todo el relato se palpan sus dificultades relacionales, su sufrimiento y sus capacidades mnésicas. Un genio. 

4. La mujer temblorosa (Ed. Anagrama) de Siri Hustvedt.

La autora reflexiona a través de la invasión y pérdida de control que la enfermedad supone en su caso. La confusión que resulta de la diferente interpretación que cada especialidad médica hace de su dolencia. Y se pone a investigar. Se siente invadida y a veces poseída por algo ajeno. Así lo vive y así lo escribe. Y tiene mucho valor ya que ella misma asegura que “la forma de acercarnos más a la mente de otro individuo es a través de la lectura”

5. Una mente inquieta (Ed. TusQuets) de Kay R Jamison.

La autora se sitúa a ambos lados de la mesa; como enferma y como experta (es psicóloga de profesión). Nos lleva por un recorrido marcado por las limitaciones y potencialidades de su enfermedad. Va de afectos, ciencia y conciencia.

6. Cuando empieza todo (Ed. Duomo) de Christian Donlan.

El autor intenta estoicamente entender su cerebro con su cerebro. Define su enfermedad como “un ataque al momento mismo, a mi procesamiento instantáneo del momento”. Defiende que una enfermedad se tiene que convertir en un relato, aunque alerta sobre el riesgo en que se convierta en el único. Resulta magistral también cómo plasma la resignificación de sus roles, en particular el de padre “la paternidad consiste en morir bien, pero también en vivir bien”.

7. Instrumental (Ed. Blackie Books) de James Rhodes.

La música acude al rescate de una historia de abuso, violación, trauma y centros psiquiátricos. Hay una canción para cada capítulo y no es necesario ser melómano para que su lectura te atrape.

8. El médico enfermO (Ed. Atlantis) de José Luis Paulín Seijas.

Este médico de familia y traumatólogo se topa con la comunicación como principal barrera cuando enferma. “Eché de menos que las personas que se acercaron a mí se hubiesen presentado, indicado qué eran y lo que me iban a hacer”. Y éste se convierte en el mayor de sus aprendizajes; ¿cómo tratar a un médico enfermo? ¿cómo trata éste después a sus pacientes? Pone en valor la sensación de prescindibilidad y la gestión de un tiempo que pasa de manera diferente.

9. El Colgajo (Ed. Anagrama) de Philippe Lançon.

El periodista y escritor superviviente del atentado de Charlie Hebdo relata como la enfermedad se sitúa como algo que forma, deforma y transforma. Un estilo desgarrador que pone el foco en la relación médico-paciente. Kafka y Proust en la cabecera.

La analogía que hace entre un escritor y un cirujano es muy interesante: “uno trata de que lo que escribe se parezca a lo que había imaginado, pero nunca coinciden, y llega un momento en que, como dice usted, hay que saber parar”. También las reflexiones sobre los tiempos “Yo no vivía ni el tiempo perdido ni el tiempo recobrado; vivía el tiempo interrumpido”.

10. Cuando ya no puedes más (Ed. Anaconda) de Enrique Gavilán.

El autor redimensiona su historia personal y laboral tras una crisis personal con la atención primaria como marco. Este médico de familia establece un paralelismo entre su recorrido laboral y la desconsideración de la longitudinalidad y liderazgo de la figura del médico de atención primaria dentro del sistema sanitario.