Un camino con sentido

Cuando la enfermedad y la muerte aparecen en el horizonte de la persona mayor

No pretendamos que las cosas cambien si siempre hacemos lo mismo” A. Einstein

Para poner palabras a lo que nos sucede necesitamos al otro y en el desconcierto de una enfermedad tiene un papel importante el médico. En una entrada anterior, centrada en la relación médico-paciente escribíamos lo siguiente:

«La acción terapéutica actúa en el plano del cuerpo, pero también en la pregnancia social, cultural, individual o situacional. Y a viceversa. No todo parte ni se constituye a partir de la relación médico-paciente«.

Dábamos importancia a la perspectiva temporal “Las personas cambian, la relación terapéutica evoluciona y el sentido de una enfermedad también lo hace. Somos (los médicos) parte de ese proceso

Participar en ese proceso es el oficio del médico. Se aprende de un modo relacional con el paciente atravesando momentos que evolucionan de nucleares a prescindibles. Así se transita.

En la relación terapéutica, el reconocimiento mutuo -entre el paciente y el médico– es necesario para establecer un vínculo que permita tejer objetivos flexibles y realistas. Acoger el desconcierto tras el diagnóstico de una enfermedad grave o limitante y la sombra de la muerte es el primer paso. La duda (a veces corporalizada) planea y debemos ayudar a nombrarla, acompañarla y apoyarla. También la duda propia. Devolver el papel de experto inicialmente adjudicado al médico, en una inversión de las expectativas iniciales y constituir una relación como eje. Ubicar de forma conjunta la interpretación del sufrimiento del paciente en su realidad: su cultura, su familia y su entramado relacional; en su momento y lugar. Establecer una alianza, confidencial y de confianza, una conexión que proporcione alivio e inicie el camino. Una relación que servirá de guía.

La primera impresión y el primer encuentro con el médico tras el diagnóstico son claves. Ajustar las expectativas de la persona mayor y las del médico configuran el ancla necesaria para las siguientes impresiones y los siguientes encuentros. Ahí empieza el camino que se transitará, endeble, con las grietas de afrontamientos anteriores en las que se asienta la duda presente. Un cambio en la realidad de la persona mayor cuyo sentido toca construir.

Reflexionar juntos, ampliar y dimensionar los márgenes de la duda, discrepar y reencuadrar. El objetivo es proporcionar a la persona un sentido de dominio, de agencia, de control. El camino que permita tomar las riendas en la situación que le ha tocado vivir. Nadie podría asumir en nombre de la persona la toma de decisiones, tampoco el médico.

«La relación con el terapeuta es un juego de sombras donde se reflejan las vicisitudes de un drama que tuvo lugar en el pasado»

» La tarea de la psicoterapia consiste, en última instancia, en ayudar a los pacientes a que reconstruyan aquello que no pueden alterar»

Irvin D. Yalom en Psicoterapia Existencial

La toma de conciencia del carácter finito de nuestra existencia es más intuitiva en personas mayores y, aun así, explicitarlo resulta todavía desconcertante, aunque puede ser consolador. Preguntar “¿piensa en la muerte?” y hablar de ello permite conocer los deseos de la persona mayor respecto al envejecimiento, la enfermedad y la muerte. Dónde quiere vivir y morir, y cómo. Las creencias, los vínculos no perdidos, el sentido de pertenencia o el sentimiento de transcendencia. Las gratitudes y las lealtades.

Si no perdemos de vista la pregnancia social y cultural, también somos agentes para espacios de reflexión, espacios de relación, espacios de atención, espacios de cuidado que conciernan a las personas mayores. Participar en el camino para su materialización es parte también del oficio. El mejor oficio del mundo.