Lo natural de la muerte

En esta ocasión, la colaboración en el blog llega de la mano de Gonzalo Plaza Bedmar. Hace tres años compartimos espacio de trabajo con una sintonía estupenda y ahora, en la línea de su ocupación diaria como psicólogo en las Comunidades Compasivas de Carabanchel, me he atrevido pedirle una reflexión acerca de la muerte. El tema que nos trae es actual y necesario. Sus reflexiones sobre cómo vivimos la muerte como individuos, como sociedad, como dolientes o como acompañantes no nos dejan indiferentes.


“Me parece que hace un siglo desde que te llamé esta mañana. ¡Dios mío, qué de cosas han pasado! Y todavía me parece mentira, fíjate; me es imposible hacerme a la idea.” Se lo dice Carmen a su marido Mario (en mi cabeza tiene la cara de Lola Herrera) justo antes de empezar esas cinco íntimas horas velándole.

Mientras leo esas páginas me encuentro contemplando la muerte por primera vez en mi vida. Llega de rebote, hay un examen en pocos días, y ello me hace también volver a revivir alguna experiencia personal (ya han fallecido un abuelo y una abuela).

Es una experiencia intensa. Soy capaz de trasladarme a esa habitación y soy capaz de sentir a Carmen. Cuando pienso en el libro conecto rápidamente con ese mundo interno que dibuja Delibes. Llega el examen. Hay preguntas sobre estructura temporal, sobre gramática, sobre lenguaje popular, sobre el espacio donde se desarrolla la historia… Hasta sobre la vida del autor, pero sobre cómo lo está pasando Carmen, nada.

Cuando leí este libro en la adolescencia tuve una autorrevelación (algunos dirán insight que es más moderno): “a la gente le da yuyu hablar de la muerte”. Pero no es solamente eso, buscamos excusas para no admitir que tenemos miedo: “los niños no lo entienden”, “no entra en el temario”, “trae mala suerte”, “no le quiero poner triste”, “es mayor y no se entera”, etc.

Han pasado muchos años de aquel momento. Desde entonces he compartido momentos con enfermos crónicos graves, he dado noticias de fallecimientos, he acompañado a personas en duelo, he ido a tanatorios (como doliente y como visitante) y he leído sobre la muerte y lo que la rodea. Durante este tiempo me he ido dado cuenta de varias cuestiones prácticas sobre acompañar a personas en duelo que trataré de ilustrar a continuación:

  1. El miedo a la muerte. La muerte no es un tema de conversación habitual. Es frecuente que cuando hablamos sobre ella lo hagamos a través de eufemismos, metáforas o estadísticas. Incluso negarlo es una manera de protegerse de él. Lo explica muy bien Alejandro Nespral, un pediatra y paliativista argentino, en una charla sobre Los niños y la muerte. A la cuestión de cómo hablarles a los niños sobre la muerte responde: “a ser posible sin miedo, y si hay miedo atravesando el miedo.”
  2. Ver sufrir a otros duele. Y cuando vemos sufrir a personas queridas tratamos de paliar su sufrimiento. En parte porque les queremos (está bien), en parte para dejar de sufrir al verles sufrir (también está bien). La cuestión es si acallamos o mutilamos la expresión de dolor sin atenderlo. “Resignación”, “ya era mayor”, “es ley de vida”, “tienes que salir”, “hay que ser fuerte”. Aunque, a decir verdad, tan frecuente o más es encontrar a personas que se cohíben en la expresión del dolor para no importunar a quienes la rodean. En palabras de Bowlby “La pérdida es una de las experiencias más dolorosas que un ser humano puede sufrir. Y no sólo es dolorosa de experimentar sino también es doloroso ser testigo de ésta”.
  3. Un duelo se produce cuando perdemos algo importante. Se puede perder a una persona, una capacidad, una pertenencia, una relación, etc. Por lo tanto, vamos teniendo pérdidas a lo largo de toda nuestra vida. El nacimiento de un hermano que nos roba la atención de mamá y papá, el chupete caído, el muñeco de apego que se quedó en el tren, el sacapuntas que mejor afilaba y que no aparece, el balón que se pinchó, el compañero que se cambió de cole, la goma perdida que me regaló mi prima, aquel inolvidable primer amor de verano, el abuelo que se murió, el papá de una amiga con cáncer, el trabajo del que me despidieron, las tardes de parque ahora clausurado por el coronavirus, mi madre que ya no me reconoce… La actitud que aprendemos a través de nuestras experiencias (estilos de apego de por medio) marcará cómo afrontaremos las pérdidas venideras. Podemos imaginar la diferencia entre recibir una respuesta del tipo “no me vengas con lagrimitas, que eres un hombre” y otra de aceptación como la que el Profesor Perlman le da a su hijo Elio en “Call me by your name”.
  4. Estar en duelo tras una pérdida es lo normal. LO NORMAL. Y lo normal cuando alguien está en duelo es sentir principalmente tristeza, pero también negación, enfado, desesperanza, vacío y soledad. Aunque esto supone una obviedad, la sociedad actual no tolera fácilmente la expresión de estas emociones. Como ya hemos visto antes, suele ser visto como una muestra de debilidad, cuando no de enfermedad. Esto lo aborda Eduardo Delgado en otra entrada de este blog: Sobre la muerte y los moribundos.

Y es que es tanto el rechazo al sufrimiento que en muchas ocasiones se medicalizan situaciones dolorosas cotidianas. Exámenes, rupturas, desengaños y duelos, claro. Tendremos que admitir que hay una parte, muy pequeña, de las personas en duelo que necesitarán la intervención de un profesional de la Salud Mental. La idea es que el resto no tenga que buscar la ayuda de un profesional (médico, psicólogo, vidente o camarero) para suplir el trabajo de un amigo.

Vivimos huyendo de las experiencias relacionadas con la muerte, pero luego esperamos sentirnos cómodos en el funeral del padre de un amigo. – ¿Y qué le digo yo ahora? (no digas nada, tal vez un abrazo). – ¿Y cómo me planto delante de él? (a ser posible sin miedo, y si hay miedo atravesando el miedo). – ¿Y si llora qué hago? (deja que lo haga)…

En cualquier caso, asumiendo que afrontar una muerte es un mal trago, tal vez nos toca de refilón y solamente queremos salir del paso. Lo relevante es cuando estamos conmovidos por el dolor de la persona en duelo y queremos ayudarla. Tal vez sea un familiar, un alumno, un amigo o un paciente. Siegel y Payne explican cómo es necesario asumir la dificultad propia antes de ayudar a avanzar al otro. Lo resumen en dos pasos: Sobrevivir y Progresar.

En general, sería más sencillo si tuviéramos un contacto más cercano con la muerte. Ahora hay muchos cuentos y películas, tenemos acceso a información sobre ritos de otras culturas, se organizan visitas culturales a cementerios e incluso hay quien queda para hablar de la muerte.

En resumen, el mejor remedio para superar las pérdidas es hablarlas y acompañarlas. Y, en concreto, en el caso de la muerte, como tenemos la certeza de que llegará, podemos ir preparándola por anticipado. Una buena manera de “iniciarse” es seguir la recomendación de Eduardo en otra entrada de este blog: el libro “Sobre el duelo y el dolor” (Kübler-Ross) es (…) de recomendación universal. Y, por otro lado, aunque los duelos son un proceso natural y no una enfermedad, si sientes que necesitas ayuda no dudes en contactar con un profesional de la salud mental.

Y mientras vamos consiguiendo un mundo más cercano, más humano “Carmen sigue viendo desfilar rostros inexpresivos como palos cuando no deliberadamente contristados: ‘Lo dicho’; ‘Mucha resignación’; ‘Cuídate, Carmen, los pequeños te necesitan”.