Coronavirus. Estado de alarma en los cuidadores de personas mayores.

El contexto actual de estado de alarma por la pandemia del Coronavirus COVID-19 es ambivalente en cuanto al rol de la persona mayor: hace apenas una semana situaba a muchos de estos mayores como la tabla de salvación para muchas familias a la hora de hacerse cargo de los nietos tras el cierre de colegios. Hoy por hoy son el principal colectivo vulnerable al que hay que proteger.

Teniendo en cuenta las muchas diferencias entre los mayores, además de rango de edad, situación de salud, nivel de independencia física, situación cognitiva o acceso a tecnologías, como grupo están en el punto de mira por el alto riesgo de complicaciones derivadas de un posible contagio por coronavirus.

La cuarentena que vivimos actualmente como medida de control de propagación de enfermedad tiene su impacto individual y colectivo. Este impacto tiene muchas dimensiones pero centrándonos en los ancianos, debemos atender a cómo éstos y sus cuidadores afrontan los tiempos actuales.

En la línea de adaptar las recomendaciones generales, optamos por poner el foco en los cuidadores familiares y profesionales de pacientes mayores, un figura habitualmente oculta.

Partimos de los aspectos relativos al impacto psicológico de la cuarentena y las claves para atenuarlos que se detallan en esta revisión reciente. Disponer de información es una de las herramientas para atenuar la sobrecarga del cuidador, que repercute directamente en la calidad de vida de la persona mayor cuidada.

Es importante considerar los factores estresores conocidos durante una cuarentena para un mejor afrontamiento de los mismos. A saber, el miedo a la infeccion, la frustración y el aburrimiento, unos suministros inadecuados o la información subóptima, en tipo y cantidad. También el estigma y la situación financiera son aspectos a tener en cuenta, sobre todo después de la cuarentena. A modo de resumen visibilizamos los puntos resaltados en el texto, mientras invitamos a leerlo en su totalidad:

  • La información es clave; las personas en cuarentena necesitan comprender la situación.
  • La comunicación efectiva y rápida es esencial
  • Se deben proporcionar suministros (tanto generales como médicos)
  • El período de cuarentena debe ser corto y la duración no debe cambiarse a menos que en circunstancias extremas
  • La mayoría de los efectos adversos provienen de la imposición de una restricción de libertad; la cuarentena voluntaria se asocia con menos angustia y menos complicaciones a largo plazo
  • Los funcionarios de salud pública deberían enfatizar la elección altruista de autoaislamiento

Partiendo de esta información general, proponemos concretar aspectos de utilidad para los cuidadores de personas mayores en situación de cuarentena.

  1. Se debe proporcionar apoyo emocional a la persona mayor a través de la red social y de cuidados de la que se disponga, incluyendo en la medida de lo posible, a profesionales sanitarios.
  2. Dar información adaptada, clara y concisa, no sólo verbal (acompañada de gestos, vídeos o pictogramas) acerca causa que motiva la situación de cambio y de las medidas para reducir el riesgo de infección.
  3. Garantizar la continuidad asistencial de las enfermedades crónicas en lo relativo a las recomendaciones farmacológicas (actualización de pastilleros, recetas, visados) y reprogramación de visitas, coordinándose con el personal sanitario.
  4. Adaptación del autocuidado en lo que se refiere a la actividad física y otras ocupacionales que habrá que resignificar para crear una rutina rica y variada teniendo en cuenta la limitación de la salida a espacios públicos.
  5. Implementar modos alternativos menos habituales para que el entorno pueda comunicarse con la persona mayor en las condiciones del estado de alarma y atenuar así una vivencia de desamparo.
  6. Animar al entorno no habitual a aumentar la frecuencia de contacto adaptándose a los modos alternativos de comunicación.
  7. Informar y actualizar sobre las vías alternativas vigentes para compra de productos de alimentación o limpieza, así como de transporte, para facilitar la utilización autónoma por parte de la persona mayor o en caso de que no sea posible,  fomentando su implicación en el proceso.
  8. Instar a los profesionales sanitarios de los centros de día o de estimulación cognitiva, también de los centros de mayores, para facilitar información acerca de posibles adaptaciones en el domicilio de los proyectos que se estuviesen llevando a cabo en los mismos.
  9. Indagar acerca de las medidas altruistas comunitarias del entorno próximo de las que se pudiera beneficiar la persona mayor cuidada, siempre bajo el marco de las recomendaciones sanitarias para evitar el contagio.
  10. Facilitar la participación activa en los movimientos espontáneos comunitarios “a través de la ventana” o a través de la redes sociales.

Presunción de capacidad

Observando rutinas de trabajo en determinadas plantas de hospitalización surgen distintas cuestiones: ¿llamamos a la puerta de las personas mayores ingresadas? ¿nos presentamos?, ¿respetamos los horarios de comida o de aseo en la visita médica?, ¿creamos espacios de confidencialidad?, ¿cómo informamos a la persona mayor ingresada?

En esta entrada compartimos una reflexión personal:

“El tiempo invertido en informar a familiares a la salida de la habitación es inversamente proporcional al tiempo invertido en informar a la persona mayor y directamente proporcional a su edad”

¿Tiene sentido? En nuestra opinión se trata de una dinámica ageísta injertada en la práctica sanitaria, al igual que otras muchas rutinas que ocurren durante la hospitalización y que resultan perjudiciales para la salud.

El marco todavía vigente de formación sanitaria piramidal y de tinte paternalista o la cultura de conspiración de silencio, basada en presuponer una insuficiencia en la persona mayor para gestionar la información sanitaria, no exime al personal sanitario de un ejercicio personal de reflexión… ¿estoy presuponiendo capaz a la persona mayor o realmente sucede lo contrario?

Observando determinadas dinámicas en la hospitalización, la hipótesis es que inconscientemente consideramos incapaz al paciente mayor. No hay presunción de capacidad. Nos referimos a considerar a priori que la persona mayor no tiene la aptitud para tomar, aquí y ahora, una determinada decisión y por lo tanto no le damos determinada información, de la que sí disponen sus familiares, allegados, o incluso cuidadores no familiares…

¿Familia de___? Aquel que responda de modo afirmativo recibirá mucha más información que la persona mayor ingresada, o al menos el tiempo invertido en dárselo será mayor. Esa es la viñeta en muchas ocasiones.

Muchas veces utilizamos indistintamente los términos competencia y capacidad, quizás porque en la literatura anglosajona ambos se utilizan de modo equivalente (“competency” y “capacity”), aunque en nuestro entorno la competencia tiene matices jurídicos. Se refiere a la capacidad de derecho, es decir, al reconocimiento legal de las aptitudes de una persona. De todos modos, en ambientes bioéticos, la competencia se utiliza también como equivalente a la capacidad de hecho, es decir, no vinculada a lo jurídico, por lo que la confusión está servida y casi justificada.

El objetivo no es profundizar en esto, sino intentar explicar a qué nos referimos con la capacidad para tomar una decisión. A partir de ahí, invitar a reflexionar acerca de determinadas dinámicas de trabajo en las que parece que presuponemos que la persona mayor no dispone de esa capacidad.

Cuando el anciano es capaz o competente puede comprender la información acerca de lo que le ocurre y apreciar su significado, considerando su propia situación, el papel de la enfermedad y el tratamiento recomendado. Gestiona la información que se le ha dado, hace  comparaciones y sopesa resultados, pudiendo expresar luego una elección.

Este proceso individual de toma de decisiones por parte de la persona mayor está preservado en muchos casos y en la mayor parte del tiempo del ingreso hospitalario. Nuestro papel es el de individualizar y respetar los tiempos, considerar el contexto de cada persona y el momento en el que damos la información; también el tipo de decisión que se ha de tomar y adaptar la exigencia al respecto. ¿Todas las decisiones durante la hospitalización son igual de trascendentes desde un punto de vista clínico? ¿para todas ellas necesitamos un nivel óptimo de capacidad, según la definición anterior?

Obviamente existen situaciones complejas en las que valorar la capacidad de hecho de una persona mayor en una determinada situación exige de una pericia y capacitación particulares para decidir que el consentimiento se toma por representación. No es el caso de las personas incapacitadas, en las que la toma de decisión de salud corresponde al tutor o curador de salud.  ¿Simplificamos nuestra tarea si consideramos a todos incapaces (personas mayores) y nos dirigimos a los que presuponemos capaces (familiares)?

¿Y si presuponemos que todos somos capaces? Ese es el reto.