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Formación en Psicogeriatría; visión desde la Geriatría y la Psiquiatría

Los médicos en período de formación especializada (Médicos Internos Residentes; MIR) cuentan con la figura de un tutor de residentes que en ocasiones se convierte en maestro y mentor, además de orientador. Les sirve de guía y apoyo a lo largo de los años de formación, que son cuatro en el caso de la geriatría y la psiquiatría. Hay un programa formativo para cada especialidad (geriatría, psiquiatría) de regulación ministerial y publicado en el Boletín Oficial del Estado, cuyo cumplimiento tienen que acreditar y garantizar los servicios con formación MIR. Cada servicio cuenta con tutores entre los facultativos de su plantilla, a los que se selecciona considerando aspectos de capacidad y motivación, entre otros. Aún disponiendo de un marco regulado y consensuado en materia de formación, en ocasiones aparecen dificultades (unas veces coyunturales, otras estructurales) en bloques formativos concretos en las que el papel de tutor es determinante. También resulta clave para compatibilizar los intereses de conocimiento particulares de cada residente con el programa marco.

¿Qué pasa si un MIR de geriatría o de psiquiatría quiere formarse en el campo de la Psiquiatría Geriátrica? ¿cómo puede orientarle su tutor?

Para que nos aporten su visión recurrimos a dos amigos y compañeros con los que tuve el placer de trabajar en diferentes momentos. Uno geriatra y el otro psiquiatra, ambos tutores de residentes. Óscar Duems (@OscarDuems) es geriatra y trabaja en el Servicio de Geriatría del Hospital General de Granollers (Barcelona). Allí le conocí entre 2010 y 2012, justo cuando él terminaba su formación y yo aterrizaba para conocer de primera mano la atención sanitaria a las personas mayores en Cataluña. Incansable y perspicaz. Un lujo. Daniel Hernández (@psqhernandez) es psiquiatra y trabaja en el Servicio de Psiquiatría del Hospital Ramón y Cajal de Madrid, donde ambos nos formamos como psiquiatras y coincidimos entre 2013 y 2015, en este caso mientras él terminaba y yo empezaba la especialidad. Reflexión y aplomo. Otro lujo.

Ambos son tutores, comparten interés en la formación especializada y están personalmente implicados en la docencia. Conocen los planes de formación de sus respectivas especialidades y ayudan a implementar lo que éstos preconizan. Les preguntamos acerca de la psicogeriatría desde la visión de un tutor de residentes y esto es lo que nos cuentan.

Psicogeriatría, tan cerca, pero a la vez tan lejos de la GERIATRÍA

Dr. Óscar Duems (Geriatra. Tutor de residentes. Hospital General de Granollers)

El envejecimiento poblacional y su repercusión en la prevalencia de enfermedades mentales del adulto mayor nos enfrenta cada vez con más frecuencia a la necesidad de un abordaje psicogeriátrico eficaz y bien fundamentado. 

Paradójicamente a dicha necesidad, la formación especializada en este ámbito resulta por norma limitada (partiendo desde su definición e implicación de profesionales hasta en la forma de ser impartida).

Tras una rápida reflexión se podría considerar que a medio camino entre la geriatría y la psiquiatría se podría encontrar la psicogeriatría, pero en realidad no resulta tan sencilla su definición ni tan afable el acceso a ella partiendo desde cualquiera de las dos posturas.

Por ejemplo, al analizar la situación actual de la formación en psicogeriatría desde el ámbito de la geriatría manteniendo esa mirada autocrítica, realista y poco contemplativa a la que Pelegrin-Valero hacía referencia en su clásica reflexión, podemos afirmar que nos encontramos ante el mismo panorama vicioso perpetuador del problema al que se enfrentaban hace casi una década, desde el punto de la psiquiatría, con escasez de equipos especializados para el abordaje integrador y con la ausencia de formación de calidad de los futuros especialistas en esta área.

Como tutor de residentes me resulta necesario cuestionar ¿por qué la formación desde la geriatría en el ámbito de la psiquiatría resulta tan insuficiente y fragmentada?, si en realidad es tan necesaria e inapelable ante la creciente demanda de atención de las personas mayores con trastornos mentales.

En nuestro entorno, las escasas unidades docentes que brindan una aproximación a esta formación durante los años de residencia limitan su instrucción a cursos, sesiones o módulos monográficos (generalmente financiados por farmacéuticas y con poco o ningún tipo de regulación u orden), y a reducidas rotaciones externas (limitadas en el tiempo y supeditadas al propio interés del residente).

Aunado a este problema, la psicogeriatría en el ámbito de la geriatría suele encontrarse (cuando se encuentra) confinada al ámbito ambulatorio, generalmente en consultas externas y con anecdóticas participaciones en la hospitalización aguda (exceptuando algunas unidades aisladas), enfrentando de forma más distante las descompensaciones agudas y los retos diagnósticos del paciente vulnerable que ingresa en un ambiente hostil.

Los pacientes geriátricos con trastornos mentales presentan retos diagnósticos y terapéuticos concretos a los que se ha de dar una respuesta eficaz y rápida. Es por ello por lo que hemos de buscar soluciones que permitan acercar la PSIQUIATRÍA al entorno GERIÁTRICO y viceversa.

Si como Cuevas-Esteban sugiere somos capaces de…

  • FOMENTAR el interés y motivación de los residentes hacia la psicogeriatría
  • HOMOGENEIZAR los criterios de formación en psicogeriatría de las distintas unidades docentes
  • ESTIMULAR en los foros de discusión la difusión de inquietudes y propuestas relacionadas con la psicogeriatría
  • AVANZAR en el desarrollo de estructuras asistenciales que faciliten la atención de los pacientes en el medio terapéutico óptimo
  • POTENCIAR la presencia de la psicogeriatría dentro de los distintos servicios de geriatría (mediante sesiones, talleres y módulos específicos)
  • ACERCAR posturas con las distintas especialidades involucradas y trabajar como un equipo multidisciplinar de atención al anciano con enfermedad mental

… La PSICOGERIATRÍA dejará de ser esa asignatura pendiente, mostrándonos que en realidad aquello que en un inicio nos parecía tan lejano se encontraba más cerca de lo que habíamos pensado…. mostrándonos que en realidad la PSIQUIATRÍA y la GERIATRÍA sí que pueden estar cercanas.

Como Paul David Hewson entonaría ….FARAWAY, so close!


La utópica formación en Psicogeriatría

Dr. Daniel Hernández (Psiquiatra. Tutor de residentes. Hospital Universitario Ramón y Cajal)

Como tutor de residentes de Psiquiatría, una de las funciones que tienes que desempeñar durante su formación es el asesoramiento de las rotaciones externas durante el 4º año. Es frecuente que uno de los aspectos donde los residentes más quieren ampliar sus competencias es en el campo de la psicogeriatría. Y no es para menos ya que, si atendemos a los últimos datos poblacionales, hasta casi un 20% de la población española es mayor de 65 años. Por tanto, supone un grupo poblacional importante en el que es necesario desarrollar unas habilidades y conocimientos específicos (y diferenciales con respecto al resto de grupos poblacionales) para poder ofrecer una atención sanitaria de calidad.

No me voy a detener en describir que es la psicogeriatría, primero porque me veo en desventaja con respecto al autor de este blog (gracias aun así por invitarme a colaborar, todo un honor) y segundo porque ya hay entradas donde se aborda ese tema con profundidad.

En lo que si me voy a focalizar es en el tema formativo en psicogeriatría. A pesar de los datos poblacionales y del interés que suelen mostrar los residentes por esta subespecialidad médica, nos topamos con una realidad implacable en cuanto a las posibilidades de formación: la escasez de recursos en la sanidad destinados a tal efecto. Es llamativo que en una ciudad como Madrid, con un sistema sanitario extenso y especializado, y con una de las mejores redes en Salud Mental de España, existan tan pocos recursos destinados a la psicogeriatría. Como ejemplo, a día de hoy, sólo existe una unidad de hospitalización específica para pacientes agudos en Madrid. Creo que sobran las palabras. Igualmente, la existencia de programas específicos de psicogeriatría es más bien la excepción que la norma en los hospitales madrileños. Aun así, el programa formativo de Psiquiatría expuesto en el BOE describe la formación en esta subespecialidad como uno de los trayectos por el que el residente puede optar en su 4º año, algo que se percibe actualmente como una realidad utópica.

Lo anteriormente expuesto genera que un paciente mayor de 65 años con patología mental aguda y necesidad de ingreso hospitalario acabe realizándolo en una unidad de Psiquiatría general. Este tipo de unidades habitualmente no están dotadas de recursos humanos suficientes ni acostumbradas a lidiar con aspectos del paciente mayor complejo, como las posibles ayudas a nivel de alimentación, aseo y deambulación que puedan requerir. Además, la posibilidad de complicaciones médicas en este grupo es más frecuente (caídas, infecciones, etc…) pero la asistencia que se les puede brindar a todas luces insuficiente.

Esta falta de recursos a nivel de la sanidad conlleva que aquellos residentes interesados en la psicogeriatría acaben optando por realizar a nivel privado un título de experto o máster donde puedan obtener las competencias necesarias para desempeñarse eficazmente con este grupo poblacional. De nuevo, el profesional sanitario invirtiendo su dinero en una formación tan necesaria para las necesidades de nuestro país (recordemos los datos de la pirámide poblacional) pero que las administraciones sanitarias no son capaces de cubrir… ¿Logrará la nueva reforma en materia de formación de sanitarios subsanar estas deficiencias? Mucho me temo que estamos ante otra realidad utópica.

Los datos exigen una remodelación en este sentido si queremos adaptar nuestra sanidad a las necesidades de la población. Y de hecho, durante la pandemia por COVID-19 que estamos atravesando, la cual sabemos que ha sido especialmente virulenta con la población más envejecida, se ha puesto todavía más de manifiesto esta necesidad. Durante esta crisis sanitaria una gran parte de las hospitalizaciones se han producido en personas mayores de 65 años, pluripatológicas y con un virus capaz de producir manifestaciones a nivel neuropsiquiátrico. Atender con solvencia y eficacia a este perfil de pacientes supone un marcado reto diagnóstico y terapéutico que requiere equipos multidisciplinares, recursos específicos y una visión integral por parte del médico. Y esto último sólo se logrará si desde las administraciones sanitarias habilitan, facilitan y priorizan la formación psicogeriátrica a nuestros futuros especialistas.

“Y es que invertir en conocimiento produce siempre los mejores beneficios”

Benjamin Franklin

Incapacitación ¿sabemos de qué hablamos?

En la línea colaborativa con profesionales vinculados a la asistencia de personas mayores, contamos con esta entrada de la Dra. Sandra Molins. Sandra es psiquiatra y ha trabajado como médico forense interina. En la actualidad, se encuentra inmersa en el proceso selectivo para ingreso en el Cuerpo Nacional de Médicos Forenses, por lo que está familiarizada con las ramificaciones administrativas, técnicas y jurídicas del procedimiento de incapacitación.

La psiquiatría forense es una especialidad de la medicina forense, que se sirve de los conocimientos de la psiquiatría y la psicopatología para dilucidar las cuestiones planteadas por la Administración de Justicia. En el campo del derecho civil, uno de los problemas médico forenses que pueden presentarse para su resolución es la incapacitación.

En una entrada anterior de este blog avanzábamos aspectos relacionados con competencia y capacidad, señalando prejuicios ageístas en la asistencia a personas mayores. “El tiempo invertido en informar a familiares a la salida de la habitación es inversamente proporcional al tiempo invertido en informar a la persona mayor y directamente proporcional a su edad”

Aquí dejo las reflexiones de la Dra. Sandra Molins:


Quizá, uno de los aspectos de mayor complejidad vinculados con la evaluación de pacientes en psiquiatría y especialmente, en psicogeriatría, se relaciona con la valoración de la capacidad cognitiva y los procedimientos de incapacitación, por las inherentes implicaciones médico-legales de los mismos.

De otro lado, y no menos importante, es innegable la notable repercusión en las distintas esferas de la vida que lleva aparejada la pérdida de capacidades o aptitudes. No sólo presentes en la persona que las padece, sino en su entorno más inmediato como se representa en la figura del cuidador.

No son infrecuentes los motivos de consulta en psicogeriatría relacionados con estos procesos, tanto para acometer el abordaje y tratamiento de las patologías que pueden ser subsidiarias de un procedimiento de incapacitación civil (entre las que se encuentran los trastornos neurocognitivos mayores o demencias), solicitar asesoramiento o información al respecto, o bien por la necesidad de intervención psicoterapéutica o apoyo psicológico en familiares o allegados.

¿Qué entendemos por capacidad?

La capacidad se puede definir como el conjunto de condiciones, recursos, cualidades o aptitudes que permiten el desarrollo de una actividad, el cumplimiento de una función o el desempeño de un oficio, entre otros. De dicha definición podemos deducir que la capacidad exige una base de aptitudes psicofísicas que posibiliten la acción.

En el campo del derecho civil, cabe conocer dos conceptos cercanos pero diferentes que pueden generar confusión: la capacidad jurídica y la capacidad de obrar. Según la Real Academia Española (RAE), la capacidad jurídica es la aptitud legal para ser sujeto de derechos y obligaciones. Y la capacidad de obrar, la aptitud para ejercer personalmente un derecho y el cumplimiento de una obligación. Por tanto, podemos decir que la persona posee capacidad jurídica, por el mero hecho de serlo, desde el momento del nacimiento. Sin embargo, la capacidad de obrar se refiere a la aptitud de la persona para ejercer por sí misma sus derechos y desenvolverse con autonomía. En nuestro ordenamiento jurídico, la persona adquiere la plena capacidad civil con la mayoría de edad (esto es, a los 18 años), siempre que reúna los elementos o requisitos necesarios.

¿Qué elementos integran la capacidad?

O lo que es lo mismo, ¿qué se considera necesario para que la persona sea apta para actuar con independencia en los distintos ámbitos de su vida? Podríamos resumir estos elementos en cuatro:

  • madurez psicológica
  • integridad biológica
  • inteligencia (o conocimiento/comprensión de los derechos y deberes)
  • voluntad (libertad de obrar conforme al conocimiento)

Inteligencia y voluntad, en definitiva, conforman las bases psicobiológicas de la capacidad de obrar.

Son precisamente las alteraciones de estos elementos las que pueden conllevar una merma en la capacidad de obrar. En el terreno que nos ocupa, lo más frecuente es la adquisición de la plena capacidad de obrar en su momento, que se ve limitada o anulada con el devenir de la vida. Los procesos de incapacitación se encuentran regulados en el Código Civil y en la Ley de Enjuiciamiento Civil, y han constituido una preocupación constante por parte del legislador. Su misión principal es proteger y salvaguardar los intereses de la persona incapacitada y su patrimonio.

El Código Civil no especifica qué enfermedades son causa de incapacitación, rezando el artículo 200: son causas de incapacitación las enfermedades o deficiencias persistentes de carácter físico o psíquico que impidan a la persona gobernarse por sí misma. Podemos destacar, por tanto, el origen de la noxa o la deficiencia que puede ser físico o psíquico, el carácter permanente de la misma, y la consecuencia, debiendo impedir a la persona el autogobierno, la defensa de sus intereses y el desarrollo de una vida independiente relacional y jurídica.

En este sentido, y de obligada mención en el marco en el que nos encontramos, son sin duda los trastornos neurocognitivos mayores o demencias una de las principales causas de incapacitación. La enfermedad de Alzheimer y la demencia de tipo vascular son las más frecuentes, pero no podemos olvidar otras enfermedades neurodegenerativas como la demencia en la enfermedad de Pick, de Huntington o de Parkinson, la demencia frontotemporal, la demencia de cuerpos de Lewy o la demencia SIDA, entre otras. Es el carácter permanente y deteriorante de las mismas el hilo conductor que hace de ellas subsidiarias de un procedimiento de incapacitación.

Pero no son las únicas. Sin entrar en prolijos desarrollos, los trastornos mentales graves de carácter crónico como la esquizofrenia, el trastorno delirante, el trastorno esquizoafectivo, o los trastornos afectivos como el trastorno bipolar, pueden producir un deterioro progresivo que en ocasiones limita o anula las capacidades cognitivas o volitivas de la persona, lo que se traduce en una merma en la capacidad de obrar tal y como se ha especificado anteriormente. Asimismo, los deterioros cognitivos permanentes derivados de traumatismos craneoencefálicos o del consumo de sustancias como es el caso de la demencia alcohólica, también pueden ser causa de incapacitación.

Es importante apuntar que otros trastornos de naturaleza episódica, por muy sintomáticos o aparatosos que resulten en sus manifestaciones, no son subsidiarios de un procedimiento de incapacitación, precisamente por su carácter temporal. El paradigma de dichos trastornos está constituido por el delirium o síndrome confusional agudo, que cursa con alteraciones del nivel de conciencia, de la atención y desorientación temporo-espacial, alteraciones en el curso o contenido del pensamiento y sensoperceptivas, o agitación psicomotriz.

En definitiva, la evaluación ha de ser siempre individualizada; poder establecer el diagnóstico adecuadamente es importante, pero es la valoración sucinta y minuciosa de las capacidades cognoscitivas y volitivas, y por ende, de autogobierno, lo que puede determinar el inicio de un procedimiento de incapacitación.

¿Quién debe iniciar el proceso de incapacitación?

El procedimiento de incapacitación se inicia con la interposición de demanda ante el juzgado de primera instancia del lugar en que resida la persona y puede ser promovido tanto por la propia persona, sus parientes más cercanos (cónyuge, ascendientes, descendientes y hermanos) o el Ministerio Fiscal.

¿Quién puede declarar a una persona incapaz?

Para finalizar, señalar que el artículo 199 del Código Civil establece que nadie puede ser declarado incapaz sino por sentencia judicial en virtud de las causas establecidas en la Ley. Por tanto, es el juez el único que puede declarar la incapacidad de una persona en base a las diligencias probatorias que se recogen en la Ley de Enjuiciamiento Civil. Es el juez quien dictará sentencia de incapacitación, en la que se determinará la extensión y los límites de la misma, debiendo adaptarse la protección de las personas incapacitadas a sus circunstancias personales y patrimoniales, pudiendo instaurarse un régimen de tutela o curatela.  La tutela consiste en la designación de una persona cuya función será velar por el tutelado, en lo relativo a su subsistencia (procurarle alimentos), promover la recuperación de la capacidad, administrar su patrimonio o su representación en aquellos actos que no pueda realizar por sí solo, entre otros. La curatela es semejante, pero en este caso, comprende sólo la asistencia del curador en aquellos actos que se dispongan expresamente en la sentencia.

«Es el juez el único que puede declarar la incapacidad de una persona…»


Historia de una caída en diez pasos

Una caída en una persona mayor, aún sin lesiones aparentes y con un mecanismo accidental, tiene implicaciones en la salud y en la vida de la persona. También en la de su cuidador, preocupado y temeroso de una nueva caída. Son situaciones que inician cambios y alguno puede resultar particularmente perjudicial. Aquí va el repaso de algunas modificaciones que pueden ocurrir y no necesariamente en una línea recomendable. Tenerlas en consideración puede facilitar el cumplimiento literal del saludable poema de Machado “caminante, no hay camino, se hace camino al andar”. 

  1. Una caída. El sentimiento de vergüenza de la persona mayor al contactar con su propia vulnerabilidad, anticipar una pérdida de autonomía, una predisposición arraigada a no preocupar al cuidador o contribuciones ageístas facilitan que pase desapercibido. NO DICE NADA. En muchos casos ni a su familia ni a su médico o enfermera de referencia.
  2. No obstante, la persona mayor toma alguna medida condicionada por el propio temor a una nueva caída. Lo habitual es reducir riesgos y no exponerse.  SALE MENOS DE CASA.
  3. Las conocidas posibilidades que brinda el domicilio en la línea de la seguridad refuerzan la postura de permanecer en casa y reduce todas las que ofrece salir de casa, entre ellas las relacionales. SE AISLA.
  4. Este primer cambio es una señal de alarma. Lamentablemente no siempre se detecta y cuando ocurre no siempre se desliga de la edad. ESTÁ MAYOR, SALE MENOS. El entorno atribuye a la edad en muchas ocasiones el aislamiento y la disminución de frecuencia de salidas a la calle. 
  5. Quizás en este punto se descubra la causa; una caída. Las caídas de repetición o una caída con lesión facilitan que se comunique al personal sanitario. Lo recomendable es consultarlo y tomar medidas para prevenir futuras caídas (acerca de esto ya hemos escrito previamente). NO OCURRE EN ESTE CASO.
  6. Para «caminar más seguro» lo intuitivo es apoyarse en algo o alguien . Y ahí aparece el brazo de un acompañante, un bastón o un caminador.
  7. ¿Os habéis fijado cómo cambia el patrón de marcha de alguien asido del brazo de otro? Al intentar ayudar a alguien a caminar o ser el soporte para que se apoye, creamos un patrón de marcha peligroso. Lo ideal es situarse a su lado y acompañar al caminar sujetando levemente un brazo y en la parte superior de la espalda. Es más una ayuda para que se reequilibre en caso de inestabilidad que «cargar o tirar» de la persona mayor.
  8. La combinación del “miedo a caerse” y el “miedo a que se caiga” da lugar a modos de caminar de la persona mayor y de su acompañante que facilitan los puntos 3 y 4, es decir, el aislamiento y la creencia de que no sale porque ya esta mayor.
  9. La imposición de una ayuda técnica (bastón o caminador) a la persona mayor para dar mayor seguridad a la marcha es vivida, en ocasiones, como un agravio y es otro elemento facilitador del aislamiento y la disminución de salidas a la calle. Culturalmente tienen connotaciones negativas y asociadas a un envejecimiento no saludable.
  10. Cualquier tipo de dispositivo (bastón o caminador) que se use para caminar hay que adaptarlo a la persona mayor en concreto. No son universales. Un tamaño no adecuado o un tipo de bastón o de caminador aleatorio facilitan, entre otras cosas, una nueva caída.
Infografía Caídas de Psiquiatramayores (fuente pictogramas: arasaac.org)

El retraso en la detección de una caída como causa de aislamiento y deterioro en una persona mayor es frecuente. A medida que disminuyen las salidas y la actividad, la marcha se deteriora en tipo y velocidad. Aparecen la sarcopenia y fragilidad. Y la recuperación no será la misma.

Os invitamos a observar y tomar conciencia de maneras de caminar particularmente inestables y poco funcionales con medidas de apoyo (brazos, bastones o caminadores) cuya función debería ser, precisamente, la contraria. Esto formaría parte de una de las formas de cuidar y pensar a personas mayores de las que hablábamos en una entrada previa.

Una caída en una persona mayor debería ser un motivo, no sólo de preocupación, sino también de consulta.


¿Cuál es la actividad ideal para las personas mayores en tiempos de COVID?

En esta segunda parte de la entrevista de terapeuta a terapeuta vemos el papel de la terapia ocupacional en tiempos de pandemia y confinamiento. De modo espontáneo e intuitivo, la actualidad invita a entrevistador y entrevistada a abordar el papel de la terapia ocupacional. Este es el resultado:

4. Vivimos en un momento complicado (COVID-19) en el que las actividades fundamentales de las personas mayores se han visto alteradas. Desde tu experiencia como terapeuta ocupacional ¿qué recomendarías Tanto a las persona mayores como a sus principales cuidadores?

De las personas mayores siempre podemos aprender mucho, nos dan lecciones cada día de resistencia, resignación, supervivencia y resiliencia.

Ellos han vivido muchas situaciones difíciles de sufrimiento en su vida, con menos recursos y facilidades de los que disponemos ahora.

Sobre todo recomendaría validar sus emociones, darles valor como individuos experimentados, escucharles y acompañarles en sus necesidades. Aconsejar o facilitar el mantenimiento de hábitos y rutinas que sean positivos para la salud como participar en lo posible en el auto mantenimiento (actividades de la vida diaria básicas),  en tareas básicas de la casa y dedicar bastante tiempo a tareas reconocidas como gustosas o placenteras para cada persona, siempre desde la propuesta o sugerencia no desde la orden u obligación para encontrar un equilibrio entre las ocupaciones del día, en función de cada persona. Muy importante respetar la decisión de cada uno (aunque a nosotros no nos parezca la más adecuada) las personas mayores con gran recorrido de vida piensan de diferente manera y tienen otras prioridades.

Dependiendo de los espacios disponibles adaptar el espacio para desarrollar las actividades si no se puede salir al centro de día o centro sociocultural, fomentar la interrelación con la familia, amigos/as y compañeros a través del teléfono móvil, whatsapp o videoconferencia (usando las nuevas tecnologías y adaptaciones si fueran necesarias).

En esta nueva situación se pueden poner en práctica nuevas habilidades inherentes a la situación de mantener la distancia, llevar mascarilla, lavarse las manos y limpiar los objetos, salir a las horas pautadas… Todas las nuevas condiciones pueden servir para, con creatividad, buscar actividades. Por ejemplo, hacer mascarillas con diferentes materiales, estudiar itinerarios para salir a la calle, organizar el tiempo del día con distintas actividades para que sea gratificante y productivo, comunicarse con familiares de la manera posible, etc…

Se pueden buscar actividades haciendo uso de la memoria de las personas mayores y las vivencias en alguna época de epidemia o situación de características parecidas; ver películas, leer libros o recordar sus experiencias.

 Y siempre cada día MÚSICA;  en mi opinión activa lo físico, cognitivo y emocional.

Como indicación a los cuidadores es muy importante el respeto de la voluntad y ofrecer posibilidades de HACER, DESHACER, PROBAR, ACERTAR O EQUIVOCARSE.

Existe también el concepto de deprivación ocupacional que podría darse en esta situación de quizás no poder salir de casa para realizar actividades sencillas como pasear u otras limitaciones en el desarrollo de las actividades que eran posibles anteriormente y ahora en esta situación no son viables. Por ejemplo, en Residencias de mayores o Unidades de psiquiatría de agudos en las que ha habido momentos que no se les permitía salir de su habitación o de su unidad. Hay que tratar siempre de facilitar los materiales para desarrollar las actividades posibles (con las medidas de seguridad oportunas).

5. ¿Cómo puede colaborar la Terapia ocupacional en este proceso de desescalada EN laS personas mayores para la adaptación al entorno físico y socio-familiar esta nueva realidad?

Lo más importante es contar con la persona mayor en la valoración de la situación, en qué grado de satisfacción o sufrimiento se encuentra la persona. En qué área cognitiva, física o social se manifiesta una necesidad más prioritaria para mejorar su salud física o mental. Quizás lo primero sea trabajar el miedo al contagio de la persona (si está muy presente), a la pérdida de su salud o de familiares cercanos o alguna pérdida ya acontecida en todo este proceso.

Determinar qué actividades si puede realizar, en qué medida disfruta con ellas y cuales querría hacer y no puede por la situación.

Es importante destacar que la funcionalidad del individuo no viene únicamente determinada por las capacidades funcionales sino también por las exigencias de sus contextos o entornos ocupacionales, es decir, un usuario con una limitación en sus capacidades funcionales puede llegar a un gran nivel de adaptación si sus entornos ocupacionales minimizan sus déficits y maximizan sus habilidades funcionales.

Poco a poco ir retomando las rutinas o hábitos posibles o  las actividades que son de su mayor agrado, siempre con las medidas de precaución presentes. Ir incrementando la actividad física y el movimiento como se pueda.

Gracias por tus aportaciones y por compartir con nosotros tu experiencia. Un saludo.


Gracias a Dori y a Jorge por mostrarnos su visión del papel de la terapia ocupacional en las personas mayores, en el ámbito de la psicogeriatría y también en la época actual que estamos viviendo de pandemia. Han logrado un tono divulgativo óptimo para que las nociones nucleares de su profesión resulten accesibles para todos de un modo ameno. Enhorabuena y muchas gracias de nuevo.

Terapia ocupacional y psicogeriatría

En esta entrada en el blog contamos con una nueva colaboración, que gracias al original formato que nos propone, presenta con complicidad explícita el punto de vista conjunto de dos expertos en terapia ocupacional. Jorge Serna es terapeuta ocupacional del Hospital Ramón y Cajal y admirado compañero y amigo, del que tanto he aprendido. Con su disposición y su propuesta nos adentra en el papel, la visión y ocupación de un terapeuta ocupacional con personas mayores y en el ámbito de Salud Mental.

La pandemia por COVID y el confinamiento han puesto el foco en la actividad y ocupación ideales para la personas mayores en esas condiciones. La opinión de ambos profesionales es absolutamente relevante y significativa y a ella dedicamos la siguiente entrada que publicaremos de modo consecutivo.

Jorge entrevista a Adoración Díaz, con amplia experiencia en el ámbito de la Psiquiatría Geriátrica. Una entrevista de terapeuta a terapeuta. En esta primera parte profundizan en el papel de la terapia ocupacional en la psicogeriatría. Esto es lo que nos cuentan:


1. Antes de nada, podrías hacer un pequeño resumen de tu experiencia en el ámbito de la geriatría?

Me llamo Adoración Díaz Peiro. Me diplomé en Terapia Ocupacional en el  año 1995 en la Universidad Complutense Madrid y realicé la formación de postgrado en Reeducación y Terapia psicomotriz en Instituto de Ciencias Sanitarias y de la Educación (Madrid), así como formación de  Psicomotricistas en Psicopraxis, Terapia familiar sistémica, Acompañamiento en la muerte y por último, me formé en  Intervención con discapacidad en Ocio y tiempo libre.

De forma resumida mi experiencia laboral podríamos agruparla en tres grandes campos; por un lado en el campo de la salud mental trabajando en hospital de día en Nuestra Señora de la Paz de Madrid; en el campo de la geriatría Residencia de personas Mayores San Fernando (Comunidad de Madrid) y actualmente en el campo de la psicogeriatría en una Unidad de agudos y Cuidados psiquiátricos prolongados en el Hospital Dr. Rodríguez Lafora, siendo este último campo en el que está siendo mi mayor reto profesional hasta la fecha.

2. Podrías definirme, desde tu experiencia, ¿Cuál sería el papel que tiene la terapia ocupacional en el campo de la geriatría, y en concreto en la PSICOGERIATRÍA?

En mi opinión, la Terapia Ocupacional en Geriatría en muchos casos aporta la ilusión por crear o hacer cada día algo bueno para cada uno y/o para su entorno, de alguna forma estructura el día, ayudando a organizar las actividades y deseos (proyectos e ilusiones) que se van a realizar más bien a corto plazo con el objetivo de aprovechar los recursos y habilidades presentes teniendo muy en consideración la historia de vida siendo la finalidad última tratar de preservar la identidad propia de la persona. Es como la energía de cada día, el propósito de vida.

Como Terapeuta Ocupacional centrada en el individuo, he perseguido el objetivo de permitir que la persona se sienta protagonista en la toma de sus decisiones, así como facilitar y acompañar en el HACER, potenciar la voluntad y la participación en la planificación de actividades y/o propuestas, tratando de  mejorar la calidad de vida de las personas que acuden a nuestro servicio. Es importante, por no decir básico, que la persona tenga la sensación de cierto control y poder sobre lo que desea hacer o no hacer.

Para mí, es muy importante el crear un clima grupal donde el respeto, la escucha activa, el compromiso, el sentido de pertenencia a un grupo, donde la gente importa, donde cada uno tiene una vida que es considerada y valorada, cada uno tiene o ha tenido una familia, una casa, un pueblo, un trabajo, alegrías y pérdidas; momentos que es permitido compartir o vivencias que expresar sin temor a ser juzgados o no comprendidos.

Es bastante común el sentimiento de soledad en las personas mayores a pesar de tener gente a su alrededor, de sentir que nadie tiene tiempo de escuchar y que le importe lo que quieren contar.

En las personas suelen sucederse las pérdidas, también las alegrías, pero las pérdidas causan más impacto sobre todo físicas o sensoriales de visión, audición o incluso cognitivas así como pérdidas afectivas de seres queridos al ser muy mayores. He tratado de que el espacio de Terapia Ocupacional fuera el lugar donde expresar todo eso que las personas guardan dentro y quieren o no compartir en diferentes lenguajes expresivos: verbal, escrito, dibujado, bailado, construido, pintado, colocado, descolocado, etc…

En los espacios de Terapia se ofrecen distintas alternativas para hacer lo que uno quiere o puede con las habilidades que aún están AHÍ o si ya no están, ayudando a encontrar alternativas o adaptaciones. Con personas mayores cercanas a la muerte o personas con diferentes patologías o alteraciones del estado del ánimo, el proceso de acompañamiento en el día a día para ayudar en la orientación, identificación y gestión de sentimientos.

Y ¿qué aporta EL TerapEUTa Ocupacional a diferencia de otros profesionales?

La ventaja de la profesión de Terapia  Ocupacional es el trabajo en todas la áreas de ocupación en la vida de la persona: actividades de la vida diaria (AVD), actividades de la vida diaria instrumentales (AVDI), educación, trabajo, participación social, juego y esparcimiento u ocio (AATO, 2008). 

También nuestra ventaja es poder utilizar muy diferentes instrumentos como medios para hacer Terapia desde las diferentes ocupaciones hasta el trabajo corporal, movimiento, expresión corporal, relajación y otros muchos medios de expresión: lectura, escritura, pintura, modelado, collage, arcilla…

3. Cómo sabemos tú y yo la ocupación-actividad va a ser la piedra angular de nuestra profesión.

Las personas con problemas mentales tienen dificultad no sólo con el control de sus pensamientos y sentimientos, frecuentemente presentan problemas en realizar las actividades cotidianas, que la mayoría de las personas las consideramos dadas. La Terapia Ocupacional es un recurso importante para tratar este tipo de problemas. Los terapeutas ocupacionales somos especialistas en la vida cotidiana, es decir, facilitamos la organización y desempeño de las actividades diarias de manera funcional y autónoma. En aquello que denominamos Equilibrio ocupacional.

Las vidas de los seres humanos están comprometidas en cientos de actividades que ocupan sus horas de vigilia. Estas ocupaciones tienen un profundo impacto en cómo la persona se siente física, emocional y espiritualmente (Pellegrini, 2007). Las ocupaciones pueden proveer sentido de satisfacción y bienestar, o pueden crear niveles de estrés, desequilibrio e insatisfacción.

En 1990, Elizabeth Yerxa sostuvo que el ser humano es un ser ocupacional y el impulso de estar ocupado tiene raíces evolutivas, psicológicas, sociales y simbólicas. Por ello, solo una actividad con propósito iniciada por persona, es una ocupación.

Las personas hacen elecciones de ocupaciones, las cuales comprometen sus días y al hacer esto, se desarrolla su identidad ocupacional, y se constituyen en seres ocupacionales. Según Hasselkuss (2002), el significado de una ocupación emana del realizarse como persona, crecer y transformarse. Los terapeutas ocupacionales facilitan la realización personal del paciente. Esta facilitación incluye un análisis minucioso de las ocupaciones, analizando las exigencias de la tarea, contexto, roles de las personas, diagnósticos médicos, limitaciones y fortalezas de la persona y su familia (Pellegrini, 2007).

La Terapia Ocupacional valorar el impacto de los déficits detectados en el desempeño de las ocupaciones diarias del paciente. Y de ahí partirá la intervención.

¿cómo definirías tú a un profano de la Terapia Ocupacional cuál es el significado de una actividad y la relación entre ésta y la salud?

Considerando al paciente como un sujeto activo, proporcionándole la oportunidad de participar en actividades que previamente se han identificado como valiosas para él y con sentido, significativas y teniendo en cuenta su entorno real en todos los aspectos: físico, social, etc… Será preciso valorar especialmente cuánto de facilitador o de barrera es su entorno real.


Cuidar y pensar. Decálogo del cuidador

Cuidar deriva del latín cogitare “pensar” y se define como poner diligencia, atención y solicitud en la ejecución de algo. La diligencia tiene que ver con la prontitud, pero también con la competencia, y este es el punto controvertido.

El cuidado de una persona mayor dependiente lo entendemos intuitivamente como una provisión de ayuda a todos los niveles: cambios estructurales en el entorno, por ejemplo adaptaciones en un cuarto de baño o en una escalera, apoyos para caminar y desplazarse, como bastones, caminador o silla de ruedas, y acompañamiento por una o varias personas para suplir la autonomía perdida, acompañar y ahuyentar la soledad.

Pero no sólo los cuidadores, todos los profesionales de la salud que tratamos a personas mayores dependientes también cuidamos. Desde una óptica más profesional y dirigido a orientar problemas surgidos de situaciones de dependencia, el cuidado y la actuación intenta revertir esa falta de autonomía en la medida de los posible. Ese debería ser el objetivo.

Pero cuidado con el cuidado Puede ser perjudicial para la salud del anciano si no se entiende como algo dinámico y funcional. Considerar la dependencia de una persona mayor como algo ya establecido por definición o que irremediablemente irá a más puede derivar hacia un cuidado (com)pasivo. El cuidado habría de entenderlo como un modelo de atención para revertir la situación de dependencia si es posible, evitar las complicaciones de la situación actual y prevenir su progresión.

Atendiendo a la etimología del cuidar, repasando entradas previas en este blog y anticipando otras futuras, nos atrevemos a postular lo siguiente:

CUIDAR es:

  1. No considerar la edad para ningún aspecto que no sea poblacional. A nivel individual no explica absolutamente nada. «La vejez es lo que ocurre a las personas que se vuelven viejas; imposible encerrar esa pluralidad de experiencias en un concepto o en una noción» S. de Beuvoir. Argumentar un cambio desde la edad es ageismo.
  2. Adquirir competencias en atención a personas mayores. El buen quehacer del médico integra estos aspectos.
  3. No considerar al anciano como un adulto con más años. Hay que actualizarse continuamente para individualizar y precisar las recomendaciones más controvertidas.
  4. Adecuar las prescripciones farmacológicas. El criterio de prescripción no es la enfermedad sino el enfermo. Menos es más.
  5. Exigir que el sistema sanitario se adapte a la persona mayor y no al revés. El envejecimiento ya es una realidad poblacional y asistencial. Hay rutinas durante el ingreso hospitalario de una persona mayor que son claramente perjudiciales para la salud.
  6. Cambiar el modelo de atención cuando se trata de una persona mayor ¿sabes qué se hace en psicogeriatría? Conocerlo es el primer paso.
  7. Integrar la mirada enfermera en los planes de cuidados, no sólo en su ejecución sino en el diseño y planificación de los mismos.
  8. Buscar la actividad ideal para la persona mayor en aras de una ocupación significativa y con sentido, dirigida a mejorar o implementar autonomía. La figura del terapeuta ocupacional.
  9. Poner el foco en la marcha. Incorporarse, sostenerse y avanzar paso a paso. Eso no se adquiere ni mejora «sentado para que no se caiga«. Prevenir las caídas y recuperar funcionalidad tras una caída. La figura del fisioterapeuta.
  10. Cuidar al cuidador. Información, formación y ayudas. La figura del cuidador.

Desescalada humana

Más allá de los planes de desescalada diseñados por el Gobierno para el alivio de medidas confinamiento por la pandemia del COVID-19, nuestra sociedad va a sufrir cambios a otros niveles en los meses venideros.

Nos enfrentamos a una nueva situación, desconocida, en la que muchas cosas serán diferentes. En Sanidad estos cambios traerán probablemente mejoras en algunos ámbitos en los que se están detectando carencias y dificultades durante esta crisis sanitaria. Una crisis, la que estamos viviendo, con decenas de miles de vidas perdidas en nuestro país y con un nivel de exigencia (físico y sobre todo, emocional) a los profesionales sanitarios que ha valido el reconocimiento social diario.

Paradójicamente, y tras una crisis tan honda y dolorosa, corremos el riesgo de un distanciamiento del enfermo. La estigmatización, el miedo o la telemedicina, el gran oxímoron, son caldo de cultivo para una deshumanización de la práctica de la Medicina. Acompañar, simplemente estar, parece algo lujoso que no es posible en los tiempos que corren, tiempos de pandemia.

El ser humano siempre busca un culpable ante situaciones adversas, ahora mismo el principal «enemigo» es el virus. Más adelante, si todo evoluciona favorablemente, el poso que quedará se difuminará probablemente y al personal sanitario que ha estado ahora en la primera línea de fuego le tocará, desgraciadamente, dar cuenta de muchas de las cosas acaecidas durante esta crisis en forma de tsunami. El estigma como sanitario, ahora héroe y más adelante ya se verá, estará ahí e interferirá en nuestro quehacer futuro como profesionales.

El miedo de la sociedad ante una nueva oleada de infecciones por COVID-19, ante otras futuras enfermedades o ante lo desconocido, se ha reactivado. Probablemente nos creíamos invencibles, protegidos y seguros pero esta pandemia ha desecho todas esas creencias y nos revolverá muchos sentimientos. Mientras tanto, el miedo estará ahí presenciando cómo salimos adelante.

En estos tiempos de pandemia, la posibilidad de una vida virtual nos ha ayudado y salvado de un aislamiento mayor; nos ha permitido contacto con familiares o amigos y continuar con los quehaceres de colegios y trabajos. Ha dejado que podamos seguir, de alguna manera, con nuestra vida habitual. Pero este tipo de telecontacto, lejano pero seguro, puede dificultar una vuelta a las relaciones reales; las humanas.

Noticias que nos muestran servicios de teleasistencia para valoración inicial de pacientes con sospecha de infección por COVID-19 en algunos hospitales son una realidad, incipiente, que sirve para proteger a profesionales ante un posible contagio pero que aleja mucho la humanidad del acto médico.

Riesgos para la propia salud de los profesionales y sus familias, miedo a estar expuestos al virus innecesariamente (por la posibilidad de minimizar esa exposición con otro tipo de gestión por parte de los responsables) y una disección del trabajo y lo que no es el trabajo pero que crea interés, de los profesionales sanitarios. Todo este análisis del personal sanitario, que está sometido a una gran presión emocional, va a hacer mella en sus futuras acciones. La trascendencia que emana de la situación global de pérdida y amenaza que vivimos puede virar a distanciamiento y deshumanización, no intencionada, pero fruto de todos estos aspectos que hemos comentado.

Entendemos como un reto para los profesionales sanitarios encontrar un equilibrio en este paisaje de dificultades, miedos, inseguridad y desamparo que ha regido su día a día desde el inicio de la pandemia y llevar la profesión hacia su esencia; la humanización.

Autoedadismo en tiempos de pandemia

“Paciente de 80 años que acude a urgencias con dificultad para respirar, cansancio y tos, que rechaza el uso de ventilación mecánica”

Lamentablemente, en el marco de la actual alerta sanitaria se han incluido criterios de edad en protocolos de triaje para la distribución de recursos y la toma de decisiones clínico-asistenciales en pacientes hospitalizados.


El coronavirus 2019 (COVID-19) se detecta por primera vez en la ciudad de Wuhan, China, en diciembre de 2019. Poco tiempo después, la Organización Mundial de la Salud alerta de que existe un elevado riesgo de propagación de la enfermedad a otros países del mundo, declarándose pandemia el día 11 de marzo de 2020. Desde el día 14 de marzo nos encontramos en una situación de alerta sanitaria, en estado de cuarentena y con un número excepcional de hospitalizaciones por COVID-19.

Esta situación condiciona la elaboración de protocolos de triaje para facilitar la toma de decisiones clínicas en un marco de recursos insuficientes. Y se incluye la edad para la (no) realización de determinados procedimientos terapéuticos. Algunos de los argumentos utilizados para matizarlo fueron, entre otros, “este límite (de edad) no pretende reflejar juicios de valor sobre la calidad de vida o el valor de la vida de los pacientes más añosos, sino reservar recursos potencialmente escasísimos de soporte vital avanzado para aquellos pacientes con más posibilidades de supervivencia y secundariamente, más años de vida salvada”. Y sin embargo, no se incluyen herramientas clínicas, como la valoración geriátrica integral, en la toma de decisiones en personas mayores. Increíble, pero cierto.

Esta situación provocó un posicionamiento formal de la Sociedad Española de Medicina Geriátrica (SEMEG) @semeg_es para poner el foco en las necesidades y derechos del paciente mayor sin una flagrante discriminación por edad.

Más tarde, en abril, en un documento sobre aspectos éticos en situaciones de pandemia del Ministerio de Sanidad (vía Sociedad Española de Geriatría y Gerontología) @seggeriatria se recoge, entre otras cosas, lo siguiente: “excluir a pacientes del acceso a determinados recursos asistenciales o a determinados tratamientos (por ejemplo, aplicar dicha limitación a toda persona de edad superior a 80 años) resulta contrario, por discriminatorio, a los fundamentos mismos de nuestro estado de derecho (art. 14 Constitución española) () Lo que no resulta en modo alguno aceptable es descartar ex ante el acceso a dichos medios a toda persona que supere una edad

Los protocolos de triaje no son vinculantes, pero se trata de documentos técnicos elaborados por diferentes profesionales que toman decisiones en personas mayores. Resulta sorprendente que se obvien criterios de funcionalidad y fragilidad y se incluyan otros fútiles teñidos de humanismo vacuo.

No es una cuestión baladí. Opiniones relevantes dentro de la ética médica, como por ejemplo la de este bioético experto de 71 años, respaldan la edad como criterio de acceso a determinados recursos (ventiladores), asumiendo la discriminación por edad pero paradójicamente sin considerar tampoco la situación basal del paciente. Y se anticipa a sí mismo, heroicamente, como potencial candidato en años venideros. Y firma el documento, imagino que satisfecho.

La edad es más importante como fuente de variabilidad individual impredecible que de un cambio interindividual predecible

John C. Brocklehurst

Hablábamos en una entrada anterior de este blog de la discriminación por edad y el concepto de edadismo o ageísmo. El autoedadismo, en la línea del autoestigma, se refiere a la atribución como identidad propia de prejuicios y aspectos discriminatorios relacionados con la edad.

En este marco de asistencia sanitaria no es contraintuitivo ni tampoco anecdótico que las personas mayores que acuden al hospital se discriminen a sí mismos por razones de edad, antes incluso de presentarse y hablar acerca de lo que le sucede. ¿Son ejemplos de autoedadismo? En tiempos de pandemia hay matices.

¿Realmente la persona mayor expresa algo desde una identidad propia elaborada? ¿o la gestión sanitaria y la información al respecto en medios de comunicación ha favorecido estas posiciones y la persona mayor está condicionada, incluso coaccionada? Asumiendo la presunción de capacidad del paciente ¿en que medida la singularidad de este contexto en el que nos encontramos condiciona el autoedadismo? ¿se trata de una elección expresada, razonable, basada en motivos racionales y realizada sobre una compresión real y completa del proceso?

En todas estas situaciones es necesario y razonable explorar y ponderar las informaciones que la persona mayor tiene con respecto al marco asistencial actual. Indagar desde cuando se discrimina a si mismo por su edad con aspectos relacionados con la salud y la utilización de recursos sanitarios. Esto es relevante, ya que si realmente no se trata de algo identitario, el marco actual podría condicionar su capacidad de toma de decisión desde la coacción. La autodiscriminación por edad manifestada de inicio habría de considerarse más como un signo de alarma que como una ayuda para la toma de una decisión clínica y de asignación de recursos. A nuestro juicio no puede, a priori, considerarse como un respaldo vinculante para una decisión de distribución de recursos. Como tampoco se pueden obviar herramientas de valoración geriátrica en la toma de decisiones de salud en personas mayores.


Coronavirus. Estado de alarma en los cuidadores de personas mayores.

El contexto actual de estado de alarma por la pandemia del Coronavirus COVID-19 es ambivalente en cuanto al rol de la persona mayor: hace apenas una semana situaba a muchos de estos mayores como la tabla de salvación para muchas familias a la hora de hacerse cargo de los nietos tras el cierre de colegios. Hoy por hoy son el principal colectivo vulnerable al que hay que proteger.

Teniendo en cuenta las muchas diferencias entre los mayores, además de rango de edad, situación de salud, nivel de independencia física, situación cognitiva o acceso a tecnologías, como grupo están en el punto de mira por el alto riesgo de complicaciones derivadas de un posible contagio por coronavirus.

La cuarentena que vivimos actualmente como medida de control de propagación de enfermedad tiene su impacto individual y colectivo. Este impacto tiene muchas dimensiones pero centrándonos en los ancianos, debemos atender a cómo éstos y sus cuidadores afrontan los tiempos actuales.

En la línea de adaptar las recomendaciones generales, optamos por poner el foco en los cuidadores familiares y profesionales de pacientes mayores, un figura habitualmente oculta.

Partimos de los aspectos relativos al impacto psicológico de la cuarentena y las claves para atenuarlos que se detallan en esta revisión reciente. Disponer de información es una de las herramientas para atenuar la sobrecarga del cuidador, que repercute directamente en la calidad de vida de la persona mayor cuidada.

Es importante considerar los factores estresores conocidos durante una cuarentena para un mejor afrontamiento de los mismos. A saber, el miedo a la infeccion, la frustración y el aburrimiento, unos suministros inadecuados o la información subóptima, en tipo y cantidad. También el estigma y la situación financiera son aspectos a tener en cuenta, sobre todo después de la cuarentena. A modo de resumen visibilizamos los puntos resaltados en el texto, mientras invitamos a leerlo en su totalidad:

  • La información es clave; las personas en cuarentena necesitan comprender la situación.
  • La comunicación efectiva y rápida es esencial
  • Se deben proporcionar suministros (tanto generales como médicos)
  • El período de cuarentena debe ser corto y la duración no debe cambiarse a menos que en circunstancias extremas
  • La mayoría de los efectos adversos provienen de la imposición de una restricción de libertad; la cuarentena voluntaria se asocia con menos angustia y menos complicaciones a largo plazo
  • Los funcionarios de salud pública deberían enfatizar la elección altruista de autoaislamiento

Partiendo de esta información general, proponemos concretar aspectos de utilidad para los cuidadores de personas mayores en situación de cuarentena.

  1. Se debe proporcionar apoyo emocional a la persona mayor a través de la red social y de cuidados de la que se disponga, incluyendo en la medida de lo posible, a profesionales sanitarios.
  2. Dar información adaptada, clara y concisa, no sólo verbal (acompañada de gestos, vídeos o pictogramas) acerca causa que motiva la situación de cambio y de las medidas para reducir el riesgo de infección.
  3. Garantizar la continuidad asistencial de las enfermedades crónicas en lo relativo a las recomendaciones farmacológicas (actualización de pastilleros, recetas, visados) y reprogramación de visitas, coordinándose con el personal sanitario.
  4. Adaptación del autocuidado en lo que se refiere a la actividad física y otras ocupacionales que habrá que resignificar para crear una rutina rica y variada teniendo en cuenta la limitación de la salida a espacios públicos.
  5. Implementar modos alternativos menos habituales para que el entorno pueda comunicarse con la persona mayor en las condiciones del estado de alarma y atenuar así una vivencia de desamparo.
  6. Animar al entorno no habitual a aumentar la frecuencia de contacto adaptándose a los modos alternativos de comunicación.
  7. Informar y actualizar sobre las vías alternativas vigentes para compra de productos de alimentación o limpieza, así como de transporte, para facilitar la utilización autónoma por parte de la persona mayor o en caso de que no sea posible,  fomentando su implicación en el proceso.
  8. Instar a los profesionales sanitarios de los centros de día o de estimulación cognitiva, también de los centros de mayores, para facilitar información acerca de posibles adaptaciones en el domicilio de los proyectos que se estuviesen llevando a cabo en los mismos.
  9. Indagar acerca de las medidas altruistas comunitarias del entorno próximo de las que se pudiera beneficiar la persona mayor cuidada, siempre bajo el marco de las recomendaciones sanitarias para evitar el contagio.
  10. Facilitar la participación activa en los movimientos espontáneos comunitarios “a través de la ventana” o a través de la redes sociales.

El buen quehacer del médico

Uno de los principios que sostiene e inspiran el buen quehacer de los médicos es que no se dañe a un paciente en un acto clínico (Primum non nocere). Sin embargo, se recogen a lo largo de la historia de la Medicina múltiples ejemplos de acciones médicas que resultaron más dañinas que la propia enfermedad para el paciente. Existe un término que recoge esta particularidad inherente a la práctica médica: la iatrogenia (iatros significa ‘médico’ en griego, y génesis: ‘crear’). Tomar conciencia de que somos, por definición, un elemento de potencial daño para la Salud es clave. Y eso ocurre desde el momento en el que conocemos al enfermo, le saludamos, nos presentamos y escuchamos. Nuestra relación con el paciente nos sitúa de antemano en la posición de experto, con lo que es nuestra responsabilidad asumir nuestra capacidad de producir daño con nuestra intervención. Me refiero en todo momento a situaciones alejadas de la motivación activa consciente de perjudicar a alguien, constitutiva de delito.

Los buenos médicos, tal y como reseña el documento “El buen quehacer del médico” de la Organización Médica Colegial (OMC), son responsables, competentes, actualizan sus conocimientos y habilidades, establecen una buena relación con sus compañeros y actúan de acuerdo con el Código de Deontología Médica. Trabajan en colaboración con sus pacientes y respetan sus derechos a la intimidad y dignidad, haciendo que el paciente se sienta el protagonista de la atención médico-paciente.

El paciente tiene derecho a que nosotros, como médicos, nos preocupemos de actualizarnos y mantenernos al día en los aspectos más técnicos de nuestra profesión; ya sea algún procedimiento, protocolo, tratamiento… pero igualmente también debemos atender a aspectos relacionados con la comunicación, el trato y la seguridad. Dejando atrás el paternalismo de otras épocas y prácticas de dudosa compasión, el ejercicio de la Medicina en un marco de alta tecnología y especialización de procedimientos parece haber dejado atrás también el acompañamiento.

El afrontamiento de la enfermedad pone al enfermo en contacto con muchos aspectos relevantes: la necesidad de ayuda, el paso tiempo que discurre de otro modo, el cambio en las relaciones con las personas próximas, la toma de conciencia de la propia vulnerabilidad o el repaso y cuestionamiento de aspectos vitales pasados y proyectos futuros. La experiencia de enfermar es un fenómeno universal (a todos nos ocurre u ocurrirá en algún momento) que cada uno vive de un modo particular. Para acompañar en el proceso de enfermar es necesario conocer y explorar todos estos aspectos que concurren en el enfermo pero que no se ponen de manifiesto de una manera estándar. Ah, y no es algo que se pueda protocolizar ni tenemos una escala para medirlo… Parafraseando a W. Osler “Es mucho más importante saber qué tipo de paciente tiene una enfermedad que qué clase de enfermedad tiene un paciente”. Muchas veces, a través de experiencias personales y familiares y otras con la lectura de un tipo de literatura confesional en la que el autor, enfermo, narra su vivencia, podemos tomar conciencia del impacto que la enfermedad tiene en la persona y su entorno.

«Es mucho más importante saber qué tipo de paciente tiene una enfermedad que qué clase de enfermedad tiene un paciente»

W. Osler

También caer en la cuenta de lo poco que se consideran y abordan estos aspectos en diferentes momentos de la enfermedad.  Sin ánimo de psicologizar el proceso de enfermar, me parece relevante resaltar que el enfermo, si le preguntamos, pone en valor aspectos de la relación terapéutica que poco o nada tienen que ver con la pericia técnica o el número de publicaciones del médico. Y a nosotros, como personal sanitario, eso tiene que importarnos. De hecho, los médicos lo tenemos recogido en el citado manual “El buen quehacer del médico”, de la OMC, cuya lectura recomiendo a todos los profesionales.

Ahora “sólo” falta formación. Y la mayor enseñanza es empírica sostenida en la práctica diaria de cada uno de nosotros. Todo un quehacer.